El esperado estreno de Josu Elberdin, por Elena González
Estaba todo anotado en un pequeño bloc de notas. Creo que fue allá por marzo de 2011 cuando empezó a gestarse la idea de la misa. “Una misa que fuera una obra en sí misma, no un simple acompañamiento en la liturgia”. Unas pinceladas acerca de cada movimiento y a esperar, en la confianza de que el resultado sería un sueño, la gran Misa en honor de Juan Pablo II. Josu Elberdin le daría la forma que la ocasión requería.
Pero las cosas no siempre son como uno quiere. Aunque a veces no tenemos ni idea de cómo la realidad puede superar al más maravilloso de nuestros sueños. En este caso, todo se ha cumplido superando el sueño, aunque he de decir que todavía hay veces que me pregunto si despertaré en cualquier momento.
Para que todo haya salido así, han tenido que pasar quince meses.
La Missa Ioannes Paulus II se ha estrenado el 8 de septiembre de2012, a las 13.00 hrs. enla Basílica de Nuetra Señora de Aránzazu, en Guipúzcoa. Tras las dificultades (que poco tuvieron que ver con la música), tras la espera, desde luego que unos cuantos cientos de kilómetros no iban a ser lo que me impidiera disfrutar del momento, eso lo tenía claro.
Oñatiko Ganbara Abesbatza fue el coro que daría forma a la misa. Josu Elberdin, su creador, el artífice del sueño, estaría al órgano; Esther Iñiguez, a quien tuvimos la suerte de conocer en Aránzazu, la registrante (curioso término que allí aprendimos); y disfrutando del momento, un par de afortunadas madrileñas que acabábamos de llegar.
La impresionante basílica se quedó completamente a oscuras sólo unos minutos después de empezar el ensayo. Sólo había algo de luz en el coro y pensé que eso daría algo más de magia al momento.
Oñatiko Ganbara, un coro con no demasiados miembros y muy jóvenes en general, abordó el resto del repertorio que formaría parte del concierto. Llegó la magia, y para mi sorpresa, poco tuvo que ver la iluminación o ausencia de ella.
Empezaron con Mendelssohn, Hear My prayer. El Ave María de Busto, y ya los pelos de punta. En el Ave Verum de Jenkins me di cuenta de algo que me haría disfrutar muchísimo durante todo el concierto, y es la magnífica cuerda de altos que tiene el coro. Sin desmerecer al resto de cuerdas, que sonaron equilibradas, limpias y emocionantes, debo decir que me rendí ante las voces espléndidas, redondas, maravillosas de las altos. No pude evitar sentir algo así como “orgullo de cuerda”, lo que comenté al terminar el ensayo a su director, Aitor Biaín. Y Fauré, con su Cantique de Jean Racine. Espléndido todo. Me gustó el trabajo que con el coro realizó Aitor, que repartía indicaciones unas veces en euskera y otras en castellano. Mucho no entendí pero no hacía falta, porque el resultado estaba ahí. Las ideas muy claras, muy cercanos los objetivos. Muy preciso el trabajo.
El repertorio seguía con las tres obras de Josu Elberdin, dos motetes y la Missa. Guardo para mi, con permiso, las sensaciones que tuve al escuchar en el ensayo estas obras por primera vez, no en la versión mecánica y lineal que da el ordenador, sino en vivo, a cuatro voces, con la interpretación al órgano de Josu. Me lo reservo. Entre otras cosas, porque tampoco sabría cómo explicar esas sensaciones. Ahora que lo pienso, creo que ni siquiera fui capaz de decirle a él una sola palabra al respecto. Un abrazo sin palabras fue lo único que me salió.
Y llegó, por fin, el momento de la verdad el sábado a la hora del concierto. Un momento especial, por poder vivirlo y por tener la fortuna de compartirlo con la familia y los amigos de Josu. Compartir con ellos su nerviosismo, su emoción, sus lágrimas, su orgullo…
Los motetes, tan distintos, fueron maravillosos. Exultati Justi, ligero, limpio, brillante, chispeante, con un ritmo que te atrapa. O Rex Gloriae, rotundo, solemne, molto maestoso, con una parte lenta y muy dulce que contrastaba de manera increíble con el tono del resto de la obra, que se iba recuperando, poco a poco, de una forma gradual hasta terminar en un fortissimo que te hacía levitar.
—–
Pero fue la Missa la que nos cautivó. El estreno. De principio a fin. Cada número con su estilo, con sus peculiaridades, aunque dentro de un mismo hilo conductor, bajo un mismo barniz. Me permito llamar la atención en el Kyrie. Muchas veces no nos paramos a pensar en el significado de lo que escuchamos. “Kyrie Eleison”: “Señor, ten piedad”. Josu suplica piedad, pero lo hace de un modo tan humano, tan humilde y recogido, tan dulce que no es sorprendente que se te salten las lágrimas. El corazón hecho música, es decir, la marca de la casa. El sello Elberdin Badiola. El auténtico arte de Josu.
Quince meses atrás, tuve la gran fortuna de haber vivido el proceso de creación, nacimiento y desarrollo de esta Missa Ioannes Paulus II. Cada número una nueva emoción, un nuevo regalo. Una partitura que he seguido con atención y enorme cariño desde mis muy humildes conocimientos. La he visto nacer y transformarse. Hacerse como tenía que haber sido. Y en Aranzazu se mostró con todo su esplendor, con toda su belleza, con toda la emoción de quien la ha creado para que todos nos emocionemos y la disfrutemos. Es una obra que merece la pena sentir.
—–
—–
Nos esperaban, para celebrarlo, otras emociones en el día. Un viaje rápido con destino Hondarribia, a vivir El Alarde de la mano de quienes han sido nuestros anfitriones y guías: Javi Busto y Maruchi Vega. ¿Se puede ser más privilegiado?
Guardo muchas imágenes de este fin de semana. Muchas emociones y momentos. Si tuviera que quedarme con una palabra, con un sentimiento, sería, sin lugar a dudas la palabra GENEROSIDAD.
Generoso quien comparte familia y amigos, quien comparte casa, quien no pudiendo compartir casa se las ingenia para que lo parezca, quien te presta un balcón desde donde tener las mejores imágenes, quien comparte lágrimas de emoción, quien lo hace con sonrisas de felicidad, quien comparte música y recuerdos. Generoso quien se comparte, dando lo mejor de sí mismo, dándose. ¡GRACIAS!
Elena González Correcher