El Síndrome “Cantate Mundi” se extiende, por Elena González
El Síndrome “Cantate Mundi” se extiende
Cuando uno vive uno de esos paréntesis que nos regala a veces la vida, de esos que tienen forma de seminario o encuentro coral, la vuelta a la rutina del lunes es dura. Lo hablaba hace poco con un par de grandes amigos: estas experiencias de convivencia, diversión, emoción, se magnifican cuando la música lo envuelve todo con ese papel celofán transparente y con un gran lazo. Es un regalo que uno casi no se atreve ni a abrir, no vaya a ser que se rompa, porque también el envoltorio es bonito.
Pero llega el lunes, y al cuerpo le toca madrugar, seguir su rutina, sus costumbres, sus movimientos diarios, sus transportes, sus atascos, las mismas caras serias de los compañeros de trabajo, el mismo montón de papeles sobre la mesa. El sonido estridente del teléfono, los correos innumerables. Y además la lluvia…
La lluvia, en este caso, ayuda. Porque el sol nos produce en general un efecto de querer salir de uno, de buscar en la vida, salir, encontrar. Pero la lluvia, al menos en mi caso, me ayuda a hacer las paces conmigo, colabora a la introspección, al análisis interno, a rebuscar en los sentimientos propios, es un viaje al interior.
Afortunadamente, a ese cuerpo madrugador y que muchas veces funciona por inercia, se le encara de tanto en tanto el subconsciente: ese señor bajito que vive a medias entre nuestro cerebro y nuestro corazón, viajando sin parar del uno al otro. Ese señor que hace todo lo posible por recordarte lo que querrías estar haciendo, lo que hiciste, lo que de verdad te apetecería hacer.
En el caso de este fin de semana, el subconsciente padece un claro síndrome Cantate Mundi. Un buen médico comprobaría los efectos de ese síndrome en varios síntomas, estoy segura. Y puede que ya lo haya hecho, pero dudo mucho que haya sido sólo en mi. Querido doctor: ármese de tensiómetro y fonendoscopio, colóquese Vd. un lápiz sobre la oreja si quiere, localice a las personas que este fin de semana han vivido el taller coral “En-Armonía”, observe, y tome nota, que no se le escape ni un solo detalle.
¿Nadie de vosotros ha salido hoy a la calle, paraguas en mano, mirando a un lado y a otro? Y estoy segura de que si no habéis visto a nadie cerca, habréis silbado, bajito primero: ti titi titi… I’m singing in the rain. Luego un pasito ladeado, una pierna que se cruza un poco por atrás, un paraguas que se mueve ligeramente (¡eh, pero si no hay viento!)… Sé que no he sido la única, pero para saber por qué, sólo había que haber llegado pronto ayer a la sesión de mañana, mientras Gerardo López-Laguna calentaba “motores” al piano y nos regalaba esos momentos de lluvia y piano. El doctor observa y anota, empezando a preocuparse.
Algunos seguro que en el metro, otros en el coche, nos hemos cruzado con personas de mirada agria esta mañana. ¿A que les habéis mirado y de pronto les habéis hecho una “anacrusa de cara”? Ya sabemos que no lo han entendido, pero peor para ellos. Y si os han mirado mal de todos modos, les habréis lanzado entre dientes ese hechizo perverso y articulado: jubilationis, jubilationis, jubilationis… El fonendoscopio empieza a indicar ya un ritmo alteradísimo en tu interior.
¿Y a que al llevar a los niños al colegio habéis visto esas cartulinas que adornan las paredes de todos los pasillos? Cartulinas blancas escritas con rotuladores de colores. ¿Y no me digáis que no se os han puesto ojillos traviesos y os han dado ganas de entonar un “himno” muy especial? ¿Y no habéis tenido ganas también de coger uno de los post-it que tenéis sobre la mesa de trabajo y ponerlo junto al cristal de la ventana? Y soplar, a ver qué pasa… ¡Pero sin trampa, por el lado contrario al del pegamento! ¿Y a que entonces habéis visto ese “diafragma” portátil de Juan Pablo de Juan? Porque nosotros sabemos que de la chistera de Juan Pablo salía magia: diafragmas, matasuegras, papelitos, antifaces…
¿Antifaces? ¿Quién dijo antifaces? Ejem, seriedad, por favor, que veo que se nos escapan sonrisitas muy significativas… La situación se nos escapa de las manos, se está empezando a convertir en peligrosa. La tensión va subiendo por momentos.
Caminando por la calle, ¿no habéis sentido el impulso del 3/4? Dam, dam, dam, Da-ra-ra dam dam dam… ¿Qué norma anticuada dice que hay que caminar a ritmo de 2/4? Pues yo hoy la rompo, y mi subconsciente me ayuda, y me ayuda el síndrome Cantate Mundi. Y frente a la máquina del café, sigo bailando un vals por dentro mientras por fuera entono una bellísima melodía con letra sueca. ¿Qué canturreas?, te dirá alguien que se pare a tu lado, y entonces volverá a salir otra sonrisa. O incluso alguna lagrimilla querrá asomarse al balcón de tus ojos, no de gata, sino de persona emocionada. Emocionada y que se siente especial. Has tenido la suerte, tú, yo, todas nosotras, de haber cantado algo que nunca nadie antes había cantado. Hemos tenido la suerte de cantar un arreglo hecho por y para nosotras. Bart Vandewege nos ha convertido en un poquito más especiales, así que como para que no salgan las sonrisas emocionadas. Y mientras remueves el azúcar en el café, sigue canturreando y sonriendo, feliz.
Porque volver a escuchar la introducción de piano, ese momento sublime que enmarca e introduce las palabras del viejo Simeón, eso no hay quien lo aguante. Eso mejor lo dejamos para cuando no sea lunes, para esos momentos de estar a solas que cada cual tenemos y buscamos. Para darse cuenta de que ese momento no puede aguantarse, yo no he necesitado diagnósticos médicos en todo el fin de semana: es tan evidente que no he podido resistirme a ello que hasta me da vergüenza. Cuando la emoción te posee de esa manera y ya no puedes cantar, eso es tan especial… aunque te miren raro.
¿Se te han cerrado los ojos después de comer? Bueno, aquí el equipo médico seguro que se despista un poco. Pensará que has dormido mal. Pero no es sueño, no, que si se fijan bien, verán cómo tu cabeza se va moviendo ligeramente de un lado a otro, rítmicamente, y verán cómo en tus labios sigue dibujándose esa sonrisa bobalicona. Estás en el número 13 ahora mismo, lo sé, dejándote llevar por la belleza y siguiendo el ritmo al que invitan los gestos elegantes y discretos de Bart. ¿Alguna sombra, quizás? No, no pasa nada, ¿has visto que Bart dejara de sonreír en algún momento? Era una obra difícil y nos costó un poco, pero ha sido una suerte esa combinación Bart/Brahms. Sigue, sigue con los ojos cerrados, que nadie haga ruido, que entonces perderás la concentración y se nos descuadrará el canon. Tú sólo déjate envolver por la música y disfruta de ella. El termómetro no pasará del 13, seguro.
¿Sientes escalofríos? Gripe, dirán, habrá cogido frio. Pero tú sabes que no es frío lo que tienes. Es un ataque de armonía. Agudo, muy agudo, con brotes disonantes que se te clavan en las tripas y producen un reflejo en toda tu epidermis. Es la enfermedad de Poulenc… Ay, por Dios, que nadie me cure de ella.
Atención, las autoridades anuncian que este síndrome Cantate Mundi puede repetirse. Que es contagioso. Que se transmite por medio de las miradas y las sonrisas, pero sobre todo por medio de los abrazos, que la música está envenenada. Que surgió en junio y se ha reproducido en noviembre. Que hay un brote no controlado en enero. ¡Esto es una pandemia! ¡Y yo no quiero vacunarme! Nunca…
Mil gracias a todos.
Elena González Correcher