Semblanzas I: Héctor Nardi, por Marcelo Valva
Semblanzas I, por Marcelo Valva
Héctor Nardi
Si tuviera que describir físicamente a Héctor Nardi, lo asociaría inmediatamente con un severo caballero español del siglo de oro. Su voz, sus ademanes, su forma de hablar, su dignidad, así lo pintan.
Pero detrás de esa grave voz de refinado lenguaje (que aún guarda la riqueza que le dio el estudio del derecho y las distintas materias que comprende su currículo) está el amigo, el fino bromista, el compañero de cenas y brindis, el narrador de anécdotas y cuentos, el hombre que aún sigue emocionándose como un adolescente.
Conocí a HN personalmente en el año 1981 gracias a otro querido maestro argentino, Edgardo Aradas, en oportunidad de una visita que hiciera al Gran Buenos Aires el Coro Polifónico de Gálvez, dirigido por el propio Héctor.
Nardi era ya en los 80 un personaje referencial de la música coral argentina. Amigo de muchos de los grandes compositores argentinos como Guastavino, Dublanc, Virtú Maragno, Clydwyn Up Aeron Jones y otros muchos, fue uno de los coautores del libro “El director de Coros” publicado por Editorial Ricordi, de reciente reedición.
Ese libro, esencial para quienes hicimos del canto coral una parte importante de nuestras vidas, contenía un capítulo en donde Héctor abordaba la filosofía del canto coral, su sentido, su importancia. También, y dado su profesión de abogado y gestor de importantes intentos asociativos, dedicó una parte de capítulo a tratar el tema de cómo dotar a un coro de personería jurídica, como redactar sus reglamentos y otras cuestiones organizativas.
Después de ese fugaz encuentro promovido por Aradas, la Secretaría de Cultura de Gálvez invitó a un grupo vocal que yo integraba a realizar una serie de presentaciones por la provincia de Santa Fe. En Gálvez volví a encontrarlo y allí lo invité a visitar, con Gálvez, la ciudad de Ramos Mejía, donde yo dirigía desde hacía muy poco un coro de padres.
Muchas inquietudes me asaltaron en ese momento dado que recibir a tremenda figura era toda una responsabilidad. Pero alguien me dijo “Si logras que Nardi sonría y se relaje todo funcionará maravillosamente”.
Llegaron el coro y su director y en el tradicional asado argentino con que los recibimos, alguien acercó una bota con espeso vino tinto. Héctor, tomó la misma y nos demostró su destreza mientras bromeaba. Y en ese instante mis miedos se desvanecieron y nació esa profunda amistad que nos une estrechamente hasta hoy.
Muchas cosas pasaron esos dos días, pero recuerdo la última charla antes de subir al bus que regresaba a los visitantes a su ciudad de origen. Tímidamente le dije: “Maestro, en unos meses me recibo de abogado, como usted”. Su respuesta me dejó atónito: “Bueno, me dijo, yo también cometí ese pecado en mi juventud”.
Pasaron los años y el prestigio de Héctor seguía creciendo. Pocos ignoraban que a ese personaje -ya más de gacetilla y crónica- Carlos Guastavino, uno de nuestros grandes compositores, le había dedicado el “Arroz con leche” y el “Romance de ausencia”; que con la “Familia Nardi”, que había integrado con su esposa e hijos, había recorrido parte del mundo; que ese maestro de maestros, y director, pedagogo, era habitualmente invitado a dirigir coros y orquesta en Argentina y el exterior.
En 2002, ocurrió un hecho singular en el panorama coral argentino; los prolegómenos que darían por resultado la creación de la Asociación de Directores de Coro de la República Argentina (ADICORA).
Y allí estuvo Héctor también, aportando su experiencia, su saber, sus bromas, sus conocimientos legales. Todos quienes asistimos a esa génesis estábamos asombrados: pese a su edad, Héctor seguía recorriendo innumerables kilómetros en bus para integrar reuniones de apenas horas, para aportar ideas, para regalarnos su saber.
El resultado fue previsible, Nardi fue el primer Secretario de Prensa de Adicora, por dos períodos y en esos cuatro años siguió mostrándose incansable.
Terminados esos años de tremenda actividad, volvimos a encontrarnos con Héctor en diferentes puntos de nuestro país pero ya para compartir encuentros corales, talleres, o simplemente reuniones de amigos.
Precisamente, el fin de semana pasado coincidimos en dar una serie de talleres en la ciudad de San Francisco, provincia de Córdoba y allí volví a sorprenderme.
Héctor Nardi sigue siendo una figura ejemplar para quienes tratamos burdamente de seguir sus pasos. No hay ensayos extensos para él, no hay posibilidad de error en la música, no hay problemas que no pueda solucionar.
“Cuando ensayo, vuelvo a vivir” me dijo -o mi memoria cree recordar que dijo-. “No me asusta ensayar ni estar de pié cuatro horas seguidas” fue otra de sus frases.
Y eso quedaba demostrado en su ir y venir, en su pasión, en sus comentarios, en su porte, siempre erguido y elegante, en el movimiento único de sus manos, en su inconformismo, en sus palabras de aliento, en sus bromas siempre oportunas.
Nardi sigue activo. La semana próxima estará nuevamente en Córdoba, la siguiente no se dónde y la que siga a ésta, el camino dirá.
La juventud sigue queriéndolo y admirándolo como a un abuelo jovial bondadoso que se comunica a través de las redes sociales y siempre accede a una foto con el último de los coreutas.
Quienes lo vemos actuar quisiéramos poder imitarlo, pero creo que es en vano. Héctor pertenece a esas generaciones pioneras en el canto coral que son inimitables. Sólo podemos observarlo en silencio y, como si fuese un moderno Sócrates, aprender de él a través de cada una de sus frases, de cada indicación, de cada gesto y por sobre todo, de su inclaudicable pasión y su generosidad sin limites.
Salud, Sir Héctor, por muchos años más de música y ejemplo.