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La verdadera libertad, por Marcelo Valva

Publicado por el 05 February 2010 Sin Comentarios

Bellísimas palabras publicadas en Facebook  por Marcelo Valva, compositor,  director,  asesor jurídico de la Asociación de Directores de Coro de la República Argentina (ADICORA) y amigo.

Antes de empezar a leerlas, dejémosle que se presente a sí mismo:

“Mi nombre es Marcelo Valva, y reparto mis horas entre la composición, la confección de arreglos, la dirección coral y -aunque parezca contradictorio- el Derecho (soy abogado).

Sé que varios jurados cometieron el (im?)perdonable error de premiar varias de mis obras y arreglos en distintos concursos y que otros sufridos organizadores tuvieron la osadía de nombrarme jurado en varios concursos de interpretación, composición y arreglos. Me consta también que otras cándidas e inocentes instituciones atentaron contra la música al designar obras o arreglos de mi autoría como obras impuestas en concursos o talleres.

Tuve, sí, el agrado y honor de ser el primer presidente fundador de la Asociación de Directores de Coro de la República Argentina (ADICORA), cosa que me hizo entrar en contacto con los problemas y la realidad de la música coral de los distintos rincones de mi país y también ex integrante de la Comisión directiva del Consejo Argentina de la Música  (CAMU). Actualmente soy asesor jurídico de Adicora y del 9º Simposio Internacional de Música Coral que se llevará a cabo en nuestro país (Puerto Madryn) el próximo año.

Mi presencia en este staff obedece no a mis méritos sino a la amistad cibernética que nos profesamos con mi querida Paloma con la cual nos une, más allá de las fronteras,  un profundo amor a esta profesión o vocación que hemos (o nos ha) elegido: la música coral.”

La verdadera libertad

Como ya se informó (e incluso se documentó mediante fotos publicadas) los días 21 y 22 de febrero se llevó a cabo en Tucumán la asamblea anual de adicora (Qué es Adicora?..pues la asociación de directores de coro de la Rep. Arg.).

Allí concurrimos, como en 1816, delegados de todo el país (aunque no tan insignes como los de aquella pretérita y patriótica época) para elegir, por primera vez, la lista que conduciría los destinos de Adi (cada vez abrevio más, verán) los próximos dos años.

El motivo de este suelto, no es comentar lo que pasó a nivel institucional sino dejar un registro de algo que nos movilizó profundamente a quienes tuvimos el privilegio de estar allí.

Apenas terminada la primera parte de la Asamblea y luego de un silencio que se cortaba (veniamos de un intercambio de ideas bastante fuerte acerca de un tema puntual) ocurrió lo que paso a relatar.

Los organizadores del evento (la filial Tucumán) había previsto la realización de dos conciertos. Él primero de ellos tuvo lugar ese mediodía y estuvo a cargo del coro de presos (buscaría un sinónimo pero no quiero apelar a eufemismos) de Villa Urquiza.

No hablaré de la curiosidad, preconceptos o actitudes benévolas que tendrían cada uno de los asistentes. Eso es lo de menos. Pasaré directamente a los hechos (o por lo menos, a la impresión que los hechos dejaron en mí).

Los primeros en aparecer en el anfiteatro fueron los hombres de traje oscuro que se ubicaron estratégicamente en las escaleras de acceso, al fondo del auditorio, y en la primera fila del anfiteatro (que previamente habían desalojado de público).

Luego, otro puñado de uniformados (vestir de traje oscuro, aunque con distinto corte y diverso color de camisa y corbata, eran también un uniforme) comenzó a ubicar al coro de en el escenario. Las manos oscuras acompañaban, guiaban y cuidaban a los devenidos coreutas por imperio del aislamiento y la soledad. Algunas de aquellas manos apenas rozaban los brazos, otras presionaban con mayor firmeza a quien escoltaban.

Luego de formado el coro, los oscuros silenciosos se sentaron en la primera fila y desde allí siguieron la marcha de lo que iba a suceder (me pregunto si habrán escuchado algo o se habrán limitado a cumplir con su deber?).

Cuando la mano del director se alza, obra el milagro de la voz cantada, dice el Mtro Balzanelli.

Cuando la mano del director tucumano se alzó, se abrieron los pechos de los cantantes y una bandada de pájaros salió de cada uno de estos buscando la inmensidad del cielo, y dejando atrás la ventana sin reja, la estrechez del pasillo, la soledad infinita del domingo a la tarde cuando la visita ha llegado a su fin. La pena. La culpa.

Muchas veces se dice que cantar es abrir las alas y llegar a otro mundo. Ese sábado una veintena de hombres abrieron sus alas pero se quedaron en el mundo que por imperio de las circunstancias, sus elecciones, o el error de la justicia, se vieron privados una vez que la sentencia inapelable fijo o confirmó sus destinos.

Mientras la música duró, fueron parte otra vez de “nuestro mundo”, el mundo de los cielos abiertos, las calles sin fin, la amistad derramada en cada mesa. Todo ello gracias al milagro de la música.

Antes de comenzar a cantar miré sus caras y me pregunté qué habría hecho cada uno. Por cual delito estarían allí. Cuando la música sonó eso ya no importó pues sus rostros eran limpios otra vez, ya no había en ellos culpa, resentimiento, odio, rebelión, locura. Sólo había libertad: la libertad del alma, la que nada puede frenar ni corromper.

La música duró varios minutos y cuando cesó había lágrimas en esos rostros curtidos. También en quienes, mudos testigos, participamos de ese acto de reconciliación con la vida.

Éste podría ser el final de esta crónica. Pero, como muchos filósofos apuntan, la vida parece ser circular.

Cuando la canción terminó, ya los oscuros trajes volvieron a pararse, ya las oscuras manos emperon a tomar suavemente, o a apretar los otros brazos, y- cruel metáfora- comenzaron a desalojar el escenario descendiendo por una pasillo oscuro y estrecho, como lo fueron sus vidas hasta ese momento.

En este momento en que el horror y el miedo pide a gritos la pena de muerte y algunos mediáticos voceros la amplifican ante las cámaras de TV, debemos preguntarnos si aún en la vileza no siguen habitando guardadamente sentimientos buenos y nobles.

Personalmente creo que es así. Que en cada ser humano la belleza mora y si esto es así cada hombre es recuparable. Así le lo dijeron las caras de quienes cantaron ese sábado 21 de febrero en Tucumán.

MV


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