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El Apocalipsis según Schmidt, por Juan de Dios Tallo

Publicado por el 20 September 2011 Sin Comentarios

El Apocalipsis según Schmidt, por Juan de Dios Tallo

Preguntas:

1ª serie de preguntas.- ¿Quién conoce a Franz Schmidt?, ¿Quién ha oído el Libro de los siete sellos? ¿Quién oyó algo sobre su increíble capacidad musical y su extensa obra? Quienes le conocieron nos hablarán de él en este artículo.

2ª serie de preguntas.- ¿Cuál será la razón que provoca que en un momento de la historia se concentren en un solo lugar muchos científicos o artistas de primerísimo nivel? Recordad la Atenas de Platon, Sócrates, Aristóteles etc. Viena conoce dos momentos musicalmente sublimes: La Viena de Mozart, Haydn, Schubert, Beethoven… y la Viena de Mahler, Strauss, Schönberg, Bruckner, Berg… y… Schmidt.

Los grandes siempre son oscurecidos por los gigantes. Sin embargo vivimos un momento de repaso de la historia y aquí aparece nuestro hombre. Juzgue el lector si no merece la pena recordarle.

Que hablen quienes le conocieron:

 

Oswald Kabasta, 1896 Imperio Austrohungaro (Austria).
Declaraciones en enero de 1946. Austria:

Les diré, según me piden, que efectivamente me llamo Oswald Kabasta. Soy austríaco y me dediqué siempre a la música. Como quizá sepan ya, dirigí desde 1931 la Orquesta Sinfónica de Viena y desde 1938 la Orquesta Filarmónica de Munich, lo cual ha sido, por lo visto, mi mayor pecado ya que por eso estoy hoy en esta situación desesperada.

Se me ha acusado de aprovecharme del exilio de tantos directores de orquesta excepcionales, como si yo no tuviera mis propios méritos. Me enorgullezco de haber pertenecido a esa generación portentosa de directores y no puedo decir otra cosa. Ahora en esta Alemania en ruinas es fácil acusar a unos y a otros. Siempre apoyé al partido nacional-socialista alemán y sentí siempre gran admiración por el Führer, todo el mundo lo sabe. Pero como cualquiera en mi caso, no podía suponer que nuestros dirigentes fueran tan ineptos y que surgieran tantos traidores. No todo fue bueno. Nunca me pareció del todo bien tanta persecución de los judios, pero es cierto que nunca me opuse. La verdad es que llegué a creer que eran culpables de muchos males, pero, ¡cómo negarlo!, se cometieron excesos.

Ahora se persigue a personas honradas por el mero hecho de creer en unas ideas. Yo no he perjudicado a nadie y no soy el único al que señalan como no apto para la dirección musical por motivos políticos. Me pregunto que será de Karajan, miembro señalado del partido nazi austríaco mucho antes de la anexión al Reich. No sé… quizá le salve la bronca que tuvo con Hitler por el fiasco aquel de Los Maestros Cantores de Nürenberg ante el rey de Yugoslavia. También me pregunto qué será de Fürtwangler que dirigía en el cumpleaños de Adolf Hitler, o del doctor Karl Böhm que saludaba brazo en alto y se quejaba de la cantidad de músicos judíos en las orquestas. ¿Se nos prohibirá a todos dirigir nunca más? No lo puedo creer. Volverán Kleiber, Szell, Krips, Walter, Busch, Jochum, Tintner, Klemperer y otros como héroes mientras a los demás se nos arrrumba como apestados, quitándonos la razón de vivir. En fin, en realidad da igual, las ciudades con sus teatros de ópera y sus salas de concierto están destruidas y tantos músicos han muerto que parecería que todo esto que configuró la cultura del pueblo alemán ha desaparecido para siempre bajo las bombas aliadas.

Pero basta de hablar de mí y de toda esta pesadilla. Quieren ustedes que hable de mi maestro y eso haré.

Mi maestro se llamaba Franz Schmidt y fue un músico excepcional, como ya es muy difícil serlo porque los tiempos han cambiado mucho. Fíjense, aprendió de niño a tocar el piano con su madre, María Ravasz, una pianista húngara que fue alumna de Liszt. Se empapó de toda la teoría musical con su hermano Felizian, gran organista. Eran tales sus dotes, que su familia se las ingenió para que estudiara piano nada menos que con el gran Theodor Leschetizky, pero no se llevaron bien. Mi maestro se molesto mucho cuando Leschetizky le dijo que llamándose Schmidt no llegaría a ninguna parte en el mundo de la música. Desde ese momento abandonó toda tentación de adoptar el nombre materno de Ravasz. Una reacción muy suya.

Vino a Viena a estudiar música con los mejores: Composición y contrapunto con Fuchs y Bruckner y cello con Ferdinand Hellmesberger. ¿Qué le parece? Eso podía hacerse en la Viena de finales de siglo, ahora ya no sé dónde se podrá hacer. Pueden pasar cientos de años hasta que en algún lugar del mundo suceda algo parecido.

 

Joseph Marx, 1882. Imperio Austrohungaro (Austria)
Declaraciones en febrero de 1952. Austria

¡Claro que conocí a Schmidt! En aquella Viena de entonces lo conocía todo el mundo. Siempre admiré su maestría en el piano y el cello, que como usted sabrá, son también mis instrumentos. Alcanzó la excelencia en ellos y también en el órgano. ¿Sabía usted que fue cello en la Sinfónica de Viena y que cuando dirigía Mahler, le ponía de primer cello con el enfado consiguiente del titular? Pobre Buxbaum, no se lo tomaba nada bien. Aunque, no crea, Mahler tampoco era su mentor, de hecho, no hizo nada por él en su faceta de compositor. No sé si no quería competidores o si no valoraba su genio. El caso es que nunca movió un dedo por él.

En resumen, Schmidt era un sujeto muy singular, un genio musical incomparable. Explicar la razón por la que no tiene hoy el reconocimiento que merece este hombre es más difícil.

Como usted ha insinuado, a ambos se nos ha colgado un par de sambenitos muy desagradables. Se ha dicho que si que éramos unos nazis por no emigrar al llegar el nacional-socialismo al poder, que si que pertenecíamos a un postromanticismo conservador y caduco… en fin. Una serie de circunstancias deagraciadas que él, pese a todo, no ha tenido que sufrir hasta las heces porque murió unos pocos meses antes de empezar la guerra, antes de que aquel mundo se viniera abajo.

Y todo esto es interesante, entre otras cosas, porque su última obra estrenada fue un aviso para todos nosotros, nada menos que El Libro de los siete sellos. Una obra sobrecogedora que avisa del fin del mundo.

Siempre me viene a la memoria que cuando la radio anunció el comienzo de la invasión de Polonia, un sentimiento de angustia y temor se apoderó de todo el mundo. La gente iba silenciosa por la calle y nadie quería comentar nada al respecto. Yo me acordé de Schmidt y de su libro, algo así como si se abrieran los primeros sellos liberando a los cuatro jinetes del Apocalipsis (suspira). Da angustia recordarlo.

 

Georg Tintner, 1917. Imperio Austrohungaro (Austria).
Declaraciones en abril de 1988, Australia

Mire, no fastidie, ahora resulta que soy yo solo el que opina que Schmidt era un nazi. Yo me remito a lo que ya dije poco despues de la guerra. Yo le vi levantar el brazo a la romana en el estreno de su Libro de los siete sellos. Así saludaban esos asesinos ¿o no?. Que no fuera señalando judíos por la calle no le excusa del pecado generalizado de tantos austríacos y alemanes que con su simpatía inicial por el régimen, facilitaron lo que vino luego. Muchos dijeron que no podían imaginarse lo que vendría después, que no sabían, que no podían ni imaginar…, pero mire usted, yo, como tantos otros, me tuve que marchar de aquel paraiso musical y a nadie parecía importarle, ni eso ni tanta persecución de gente inocente, por no hablar de la desgracia, muerte y destrucción que tuvo lugar entonces.

Tampoco quiero extenderme mucho en esto, Schmidt ya no está para defenderse y no vió el desastre final. Me pregunto qué hubiera pensado cuando tres años después de su muerte los nazis asesinaron a su mujer, encerrada en un manicomio, aplicándole la ley de eutanasia de la que estaban tan ufanos esos malnacidos.

Pero, ya que insiste, le diré más cosas de aquel día de estreno. Fui porque me interesaba mucho lo que prometía ser un acontecimiento en la música coral que tanto me interesaba. Yo mismo pertenecí a los Niños Cantores de Viena. Me parece que cantaban aquel día Dermota y Rokita y no recuerdo quien más, la orquesta la dirigía Oswald Kabasta, muy amigo de Schmidt. Ese sí que era un nazi convencido. Después de la guerra le vino su némesis. Los rusos le prohibieron dirigir y se suicidó. Un poco de dignidad le quedó al final. Otros no pueden decir lo mismo. Amén.

 

Paul Wittgenstein, 1887 Imperio Austrohungaro (Austria).
Declaraciones en noviembre 1960, Estados Unidos.

Las guerras siempre traen desgracias de todo género. Para mí y para mi familia las dos guerras mundiales fueron un desastre. Es conocido que mi familia fue inmensamente rica por los negocios de mi padre y que, por los ancestros judíos, los nazis se apoderaron de la fortuna familiar. Afortunadamente, buena parte estaba invertida en el exterior y no nos quedamos en la calle. Mi hermano Ludwig, tan filósofo, renunció desde su residencia en Cambridge a su parte de la herencia y eso me ha permitido una existencia muy holgada.

En los tiempos dorados de la familia recibíamos a los músicos más importantes de la época. En nuestra añorada casa de la Allegasse había un ambiente musical riquísimo, especialmente gracias a mi madre. Yo empecé muy joven a tocar el piano y, fíjese, pude tocar duos en los dos estupendos Bösendorfer que teníamos en la sala de música del primer piso con Richard Strauss, con Franz Schmidt o con Mahler que eran asiduos en sus visitas. Mi carrera de concertista iba muy bien cuando en el catorce empezó la guerra y tuve que alistarme. En Polonia fui herido en una acción de guerra y hecho prisionero por los rusos. El caso es que me amputaron mi brazo derecho y, bueno, se acabó la guerra para mi y quizá esto me salvó la vida.

De vuelta a Viena y a la paz decidí seguir mi carrera de concertista de piano con solo la mano izquierda. Como el dinero familiar me lo permitía, encargué piezas para mano izquierda. Conseguí muchas y muy buenas. El concierto que Ravel me escribió se hizo muy famoso, pero conseguí otras obras excelentes como las de Hindemith, Britten, Strauss, etc. De todas, algunas de mis favoritas siempre fueron las de Schmidt: un quinteto para clarinete con piano que escribió justo antes de su muerte en 1939. Nunca olvidaré que dejó todo lo que estaba haciendo para escribirme la pieza. Ya me había escrito otras cosas: otro quinteto, unas variaciones sobre un  tema de Beethoven, un concierto de piano…

Una gran persona, con genio difícil, eso sí. Pero es que fue un hombre que sufrió lo indecible en su vida, tenía una salud malísima, su mujer sufrió una enfermedad mental profunda y su hija murió de parto. Una serie de desgracias que le hundieron bastante, pero siempre sacaba fuerzas para continuar.

(Hace un gesto con la mano) Ya se lo que me va a preguntar y le contesto que no. Schmidt no era un nazi ni mucho menos. Era, politicamente hablando, de una ingenuidad asombrosa. Además no se puede ser nazi con tantos amigos judíos a los que apoyaba tanto. Hay quien asegura que le vió saludar brazo en alto en algún concierto, puede que fuera en El Libro de los siete sellos. No sé… puede ser… le dirían que tenía que hacerlo y lo haría. Si esto es cierto, que no lo sé, no creo que fuera consciente de lo que hacía.

Herbert von Karajan, 1908 Imperio Austrohungaro (Austria)
Carta fechada en mayo de 1975, Alemania

Estimado señor.

A causa de lo apretado de mi agenda profesional me es imposible mantener una entrevista con usted, por ello, y en atención al prestigioso medio para el que usted trabaja, dicto esta carta a mi secretaria que espero conteste a lo que usted quiere saber.

Recuerdo perfectamente al personaje, este Schmidt al que usted se refiere. Mi relación con él no fue precisamente buena. Su perspicacia musical le llevó a decirme en una ocasión que yo no llegaría a nada en el mundo de la dirección. Respecto a si por eso no he dirigido sus obras le diré que alguna cosa sí que he dirigido e incluso grabado. Opino que era mejor instrumentista que compositor, su ópera Nôtre Dame, su cuarta sinfonía y su Libro de los siete sellos son obras dignas de aprecio, pero el resto no tiene tanto interés para mi. Yo, como es sabido, me he dedicado más a Strauss y a otros que me parecen mucho más interesantes de entre los autores de su generación. Además, en su época, y cuando yo comenzaba, él tenía ya su director incondicional que era Oswald Kabasta. Muy capaz, un gran intérprete de Bruckner. El pobre tuvo un trágico fin.

Sobre otros asuntos que usted solicita no haré comentarios como tengo como norma. Siempre me atengo al ámbito estrictamente musical.

Un atento saludo.

 

Oskar Adler, 1875 Imperio Austrohungaro (Austria).
Declaraciones en enero de 1953, Inglaterra.

Mis años de Viena fueron los mejores de mi vida. Era un mundo maravilloso si lo que te gustaba era la música. Los músicos que entonces encontrabas por la calle son ahora clásicos y fui buen amigo de algunos, sobre todo de Arnold Schönberg y de Franz Schmidt. Dos personalidades muy distintas. Ellos se respetaban mucho y, en cierta forma, se admiraban. Aunque Schmidt nunca adoptó la atonalidad, ni la apoyaba especialmente. Pero, hay que decir que tampoco fue militante contra ella.

Yo tuve un cuarteto de cuerda de bastante prestigio y durante años Schmidt se encargó del cello. Era el mejor cellista que yo he conocido. Tenía ese espíritu muy de los capricornio, no sé si me entiende usted, como transmitiendo una melancolía profunda, como dando a entender una vida interior que encerrara una gran energía. Es que, debe usted saber, que estar bajo la influencia de Saturno marca mucho.

Una de las mejores decisiones que tomó en su vida fue emprender un gran Oratorio sobre el Apocalipsis. Lo llamó El Libro de los siete sellos y es magnífico ¿Lo conoce usted? ¡Vaya un aviso! Me refiero a lo que vino después: el mayor apocalipsis de la historia ¿Usted cree en las casualidades?

Pues bien, Schmidt nunca había emprendido una empresa de estas características, ya era algo mayor y estaba fatal de salud, había nacido en 1874 y estamos hablando de 1935. Creo que la idea se la dio Kabasta. Pensaba que el tema católico en una gran obra coral tendría buena acogida en Austria y así fue. Qué duda cabe.

 

Anton Dermota, 1910 Imperio Austrohungaro (Eslovenia).
Declaraciones en enero de 1989 Austria

No sabe cómo le agradezco la oportunidad de hablar sobre Franz Schmidt. Cuando yo vine a estudiar canto a Viena con Marie Radó, Schmidt era ya un puntal en la Viena musical de entonces, sobre todo en el orden pedagógico. Cuando llego a esta ciudad maravillosa, él estaba en la Academia Imperial de Música donde era profesor desde hacía años y donde llegó a ser un director extraordinariamente respetado. Escribía música para todo el mundo y llegó a estrenar dos óperas, aunque no fueron del agrado del público. Yo tuve el inmenso honor de cantar en el estreno de El Libro de los siete sellos, creo que fue en 1937. Me acuerdo porque yo debuté en Viena el año anterior cantando Tamino de la mano de Bruno Walter.

El Libro de los siete sellos es una obra monumental, realmente de dimensiones enormes. La dirigió en el estreno un director importante entonces: Oswald Kabasta e hizo una interpretación realmente magistral. Me acompañaron entonces mi colega tenor Rudolf Gerlach, la soprano Erika Rokyta, la contralto Enid Szantho, el bajo Josef von Manowarda y un magnífico Franz Schütz al órgano. La orquesta era la Sinfónica de Viena y la dificilísima parte coral estaba a cargo del Sigverein de la Sociedad de Amigos de la Música de Viena. Fíjese si me acuerdo. Luego, después de la guerra he tenido la oportunidad de volver a cantar El Libro con mi colega Fritz Wunderlich y por ahí debe de haber una grabación en directo desde Salzburgo a finales de los cincuenta.

La obra se divide en varias secciones. Ya sabe que está basada en el Apocalipsis de San Juan y que sigue bastante fielmente el texto. Esto hace que la obra sea muy original porque nunca se había tratado el Libro del Apocalipsis con tanta extensión y, a la vez, entronca con la tradición germánica de los oratorios y pasiones de Bach o Telemann o románticos como los de Mendelssohn.

En el prólogo, San Juan da la bienvenida a los creyentes. Para este papel Schmidt quería un tenor heroico, wagneriano. Schmidt estaba en esta tradición wagneriana aunque con su buen tinte de Bruckner y de Reger, incluso en lo de escribirse él mismo el libretto.

Después de la bienvenida, el mismísimo Dios en la voz de un bajo a lo Wotan dice que Él es el alfa y la omega. San Juan nos cuenta la visión que le fue dada con lo de los veinticuatro ancianos, los siete espíritus, el mar de cristal, etc. Los ángeles preguntan quién será digno de abrir el Libro de los siete sellos. San Juan se desespera pues no ve que nadie sea digno, hasta que aparece el Cordero que lo toma siendo entonces alabado por el coro.

La primera parte es larga y desarrolla la apertura de los seis primeros sellos, cada uno de ellos nos proporciona unas imágenes a veces magníficas y, a veces aterradoras. La sección continua alternando secciones de órgano, de orquesta de solistas y de coro.

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La segunda parte empieza con un solo de órgano realmente de difícil ejecución y sigue con la apertura del séptimo sello que conlleva la aparición de la mujer embarazada y el nacimiento, el combate de Miguel con el Dragón y las siete trompetas. Van sonando una a una las trompetas hasta llegar al Juicio Final. Aquí hay una fuga muy a lo Reger de lo mejor que pueda encontrarse y tras lo de El Libro de la Vida el coro entona un Aleluya colosal, uno de los mejores jamás escritos. Mucha gente cree que es de lo mejor de la obra. Después, San Juan vuelve a declarar que todo ha sido una visión que le ha sido revelada. Acaba con un canto gregoriano y un amen.

He querido presumir de memoria, pero me lo he tenido que repasar un poco, vaya, en síntesis es así más o menos la obra. Una maravilla.

Lo que no debe usted hacer es pedirme que le cante nada del oratorio, tenga piedad. (Se ríe)

Oswald Kabasta, 1896 Imperio Austrohungaro (Austria).
Enero de 1946. Austria:

La composición de El Libro de los siete sellos fue algo intenso. Franz Schmidt tardó dos años en los que estuvo dedicado febrilmente en cuerpo y alma. No todo el mundo lo sabe, pero tuvo un ataque al corazón a la mitad del trabajo, tuvo que descansar una temporada. Lo acabó el 23 de febrero de 1937 en su casa de Perchtoldsdorf. Creo que notaba que no le quedaba mucho tiempo y estaba con la angustia de pensar que no lo iba a poder terminar. Afortunadamente lo acabó con bien y tuvimos que esperar un año para poder estrenar. Es una obra de muy difícil ejecución. Hacía honor a la fama que Schmidt se había labrado de escribir obras muy exigentes para los intérpretes. En su obra para piano u órgano y camerística pasaba igual. Escribió para Rosé y su cuarteto y lo mismo para el cuarteto de Oskar Adler donde él mismo tocaba el cello. Adler lo dijo en alguna ocasión: Estas obras de Schmidt no son para que las toque cualquiera. Supongo que atribuiría esta tendencia a alguna causa sobrenatural o relacionada con la influencia de las estrellas. Adler siempre estaba con esas cosas.

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El estreno de El Libro de los siete sellos fue para mí una satisfación y un honor grandísimos. Además, todos estuvieron muy inspirados aquel día glorioso, la orquesta, el coro, los cantantes… todos sin excepción.

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Me hubiera gustado estrenar otro oratorio que estaba escribiendo. Era un encargo patriótico de las autoridades, se iba a llamar El resurgir de Alemania. Schmidt, sin embargo no lograba entusiasmarse con la revitalización que se estaba produciendo en todo el Reich alemán. Se hacía el remolón y lo abandonó para escribir un quinteto de clarinete con piano para Paul Wittgenstein, que sólo tenía el brazo izquierdo y además era judío. Como le digo, Schmidt era un sujeto admirable, pero tenía estas cosas. No se daba cuenta de que se metía en problemas. De nada le valió, la gente cree que fue un nacionalsocialista convencido. Todo el mundo acusa a todo el mundo (calla un momento). La gente es imbécil (se sumerge en sus propios pensamientos).

 

Joseph Marx, 1882. Imperio Austrohungaro (Austria)
Febrero de 1952. Austria

Me ha unido siempre a Schmidt el amor por nuestra tierra. En mis canciones siempre he intentado asumir una tradición, pero desarrollándola para hacerla avanzar tal y como hicieron los grandes maestros que nos precedieron. Teníamos nuestras ideas y las defendíamos. No nos gustaba el dodecafonismo, aunque creíamos que sólo en Viena podía surgir una iniciativa tan sorprendente y rompedora. Desde luego nos hizo pensar mucho a todos. Schönberg decía que se sentía como un avanzado a su tiempo. Aseguraba que sus melodías dodecafónicas las acabaría silbando la gente por la calle como si fueran La donna é mobile, se lo creía y se lo sigue creyendo. Schönberg es increíble. Yo siempre he tenido un gran interés en esto y he hecho, modestamente, mis estudios científicos (Los tengo publicados, ya le haré llegar un ejemplar) y he llegado a la conclusión de que la tonalidad es algo correlativo e inseparable de la forma humana de percibir los sonidos. En muchas culturas he encontrado el poder de la tríada. No se puede escapar a ese poder. Es imposible.

Schmidt opinaba igual. Él quedará como el que quizá mejor desarrolló la herencia de Brahms y Bruckner con esa deliciosa atmósfera húngara que le daba a tantas obras. Él era húngaro de nacimiento. Su madre lo era y su padre era hijo de húngara, nació en un lugar extraño llamado Pozsony en la antigua Hungría del imperio, después pasó a llamarse con su nombre alemán, o sea Pressburg, y finalmente acabaría siendo la capital de Eslovaquia con el nombre de Bratislava, que es el que ahora conoce todo el mundo. Esto resume un poco lo que era él: una mezcla de todo lo que fue el Imperio Austro-húngaro. Escuche el Aleluya de su Libro de los siete sellos. ¿Puede haber algo más húngaro?  A Liszt le hubiera gustado que fuera suyo. Estoy seguro.

Es una pena que Schmidt y su obra estén tan olvidados fuera de aquí. El caso es que casi mejor que su vida acabara entonces. No asistió a la destrucción de un mundo que era el suyo, ni se enteró de la funesta muerte de su mujer, una pobre enferma mental.

Las palabras se las lleva el viento pero los hechos fueron, son y serán reales. El hablar también es un hecho. Sin embargo, en este escrito es lo único ficticio. Aunque, ¡Atención! tampoco se puede asegurar que los personajes de esta historia no dijeran lo aquí expuesto en alguna ocasión.

Afortunadamente y pasado el tiempo, que todo lo vuelve relativo, podemos decir que Franz Schmidt (Pozsony- Presburgo- Bratislava 1874 – Viena 1939) está en camino de estar más que rehabilitado y apreciado. Una serie de directores como Neeme Järvi,  Nicolás Harnoncourt, Franz Welser-Möst y Vassily Sinaisky han grabado mucho de su obra incluida este monumento cumbre de la música coral del siglo XX que es El Libro de los siete sellos.

Juan de Dios Tallo

  • Franz Schmidt: Das Buch mit sieben Siegeln [Hybrid SACD] .- F. Schmidt, Kristjan Jarvi, Tonkunstler Orchester and Wiener Singverein (Audio CD – 2008).
  • Franz Schmidt: Das Buch mit sieben Siegeln .- Dir. Franz Welser-Möst, Bavarian Radio Symphony Orchestra, Sinfonie-Orchester des Bayersichen Rundfunks and Friedemann Winklhofer (Audio CD – 2004), Disponible en SPOTIFY.
  • Franz Schmidt: Das Buch mit sieben Siegeln.- Dir. Dimitri Mitropoulos, Wiener Philharmoniker, Hilde Guden and Ira Malaniuk (Audio CD – 1995)
  • Franz Schmidt: Das Buch mit sieben Siegeln.- (2 CDs) (Orfeo), Peter Schreier, Robert Holl, Sylvia Greenberg and Carolyn Watkinson (Audio CD – 1987)
  • Franz Schmidt: Das Buch mit sieben Siegeln.- (Live Recordings, Salzburg Festival 1959) (2 CD Box) (Melodram), Dir. Dmitri Mitropoulos, Anton Dermota, Walter Berry and Hilde Guden
  • Franz Schmidt: Das Buch mit sieben Siegeln.- Niederösterreichisches Tonkünstlerorchester, Rudolf Scholz, Margarita Kyriaki and Thomas Moser (Audio CD – 1995)
  • Franz Schmidt: Das Buch mit sieben Siegeln.- Dir. Nikolaus Harnoncourt, Kurt Streit (Tenor), Dorothea Röschmann (Soprano) and Marjana Lipovsek (Contralto) (Audio CD)


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