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Nuestro mundo de azules boinas, por César Alejandro Carrillo

Publicado por el 12 February 2012 Sin Comentarios

Hoy me siento como Snoopy tratando de escribir su interminable novela. No sé cómo empezar… no sé cómo plasmar el profundo sentimiento que me produce la despedida de la que fue mi casa por veinte años. Las despedidas, de cualquier tipo, no son fáciles. Nada fáciles…

Hace veinte años el maestro Raúl Delgado Estévez me propuso la difícil tarea de ser su director asistente ante una de las más hermosas tribus que pueblan el territorio musical venezolano: el Orfeón Universitario de la Universidad Central de Venezuela «Patrimonio Artístico de la Nación». Y digo difícil porque tampoco era nada fácil entrar en una historia que venía señalada por la presencia de grandes directores que han marcado para siempre la escena coral de nuestro país: Antonio Estévez, su director fundador; Vinicio Adames, director por más de veintitrés años, hasta el día que el infortunio aéreo de Las Azores lo inmortalizó para siempre; y el propio Raúl Delgado Estévez, testigo de lujo de toda esta hermosa historia orfeonista y ucevista, quien también sumó una cuota importantísima en el devenir de la agrupación y que se mantuvo al frente de ella por más de veintidós años. En síntesis, una historia que se apresta a cumplir setenta años en 2013, haciendo del Orfeón Universitario el decano de las agrupaciones corales universitarias venezolanas y la más antigua del país.

Recuerdo haberle dicho a Raúl que me concediera unos días para pensarlo; imaginaba que entrar de la noche a la mañana en un espacio ganado por su director a pulso y talento no sería nada fácil. Entendiendo la propuesta como un voto de confianza hacia la labor que hasta ese instante había realizado como director, arreglista y compositor, acepté la tarea de ser director asistente de Raúl Delgado Estévez y del Orfeón Universitario de la UCV.

El 1 de abril de 1992 entré a formar parte de esta historia. A finales de 1998, Raúl anuncia su retiro debido a su jubilación y, un poco más tarde, el 27 de marzo de 1999, realiza un emotivo concierto de despedida. A partir de abril de 1999, y luego de siete años como director asistente, asumo la responsabilidad de ser el director titular de la agrupación… hasta hace una semana. El 1 de febrero pasado me enfrenté al hecho de tener que despedirme de esta casa de sueños y canciones, debido también a mi jubilación. Y repito, no fue nada fácil.

Hoy pasan por mi memoria innumerables recuerdos y acontecimientos que han marcado indeleblemente y para siempre, mi vida. En el Orfeón Universitario tuve la fortuna de conocer gente fantástica, ganada y comprometida en enaltecer la historia de la agrupación: a Raúl Delgado Estévez, con quien tuve la suerte de ahondar y profundizar en los arcanos que se esconden detrás del madrigal venezolano; a Graciela Gamboa y a Luis Perdomo, infatigables coordinadores, cada uno en su momento, cada uno en su medida: Graciela, incansable por muchos años; Luis, no tantos como Graciela, pero también inagotable; a Jaime y Nuria Arteaga, dos pilares fundamentales; a Elena Rodríguez y su indomable buen humor; y a tantos otros que incluso habían cantado bajo la dirección de Vinicio Adames que no alcanzaría este espacio para mencionarlos. Tuve también el privilegio de palpar la historia viva del Orfeón a través de aquellos que incluso fueron sus fundadores, por ejemplo, los esposos Celina y Pedro Ponce Ducharne; la dicha de compartir los éxitos de aquellos que, formando filas en el Orfeón, culminaban sus estudios y se graduaban; la tristeza de aquellos que perdían a sus seres más queridos; la alegría de ver cómo se convertían en madres y padres aquellos que antes se habían conocido y ahora se habían casado; la despedida de aquellos que, por razones personales, profesionales o familiares, se tenían que retirar; la imposición de la boina azul a los nuevos integrantes varones y el botón en la solapa a las hembras; y el ritual de encender un yesquero cuando celebrábamos el cumpleaños de algún integrante. Durante siete intensos años pude compartir con éxito, al lado de Raúl, cada uno de los hermosos escenarios donde el Orfeón actuó, y luego, con la responsabilidad únicamente sobre mis hombros, consolidar ese largo camino que el Orfeón, imparable, comenzaría en 1943. Pude constatar, en cada uno de los rincones del planeta a donde pudimos llegar, no sólo la presencia de la Universidad Central de Venezuela sino también la de la venezolanidad. No importa cuán apartado hubiese sido ese rincón, allí siempre estaría algún venezolano dispuesto a aplaudir hasta rabiar a ese pedacito de patria que se llama Orfeón Universitario. También con él pude constatar la solemnidad del luto que aún embarga a los habitantes de Lajes, al este de la isla Terceira, lugar donde un 3 de septiembre de 1976 se sembraría el Orfeón para siempre. También en los espacios que habita el Orfeón Universitario conocí a mi esposa y compañera, Laura Morales Balza; y en esos espacios vi crecer a nuestro hijo Simón Odoardo, así como también a cada uno de los hijos orfeonistas. De allí que consideremos al Orfeón Universitario, más que una casa, una escuela y una familia. El trabajo en equipo y la disciplina en aras del logro de los más altos objetivos artísticos y musicales genera una conducta que ha marcado, marca y marcará para siempre a sus integrantes. Ser orfeonista es una forma de ser, un modo de ver y sentir la vida que no se adquiere en ningún otro lugar.

Son tantos los paisajes, las canciones, las vivencias y anécdotas y, sobre todo, las personas que me habitan, lo que me hace ardua y difícil la despedida. El solo hecho de pensar que ya no tendré a diario sus miradas cómplices, la sonrisa franca al momento del aplauso, o la lágrima que rueda emocionada en algún instante de solemnidad, me produce un abismo en el pecho difícil de soportar. Por todas estas cosas y por muchísimas otras que sería imposible enumerar aquí, quiero agradecer a todos y cada uno de los que hasta hoy me han acompañado, la fortuna de haber compartido tantas e inolvidables experiencias, y recordarles que la historia del Orfeón Universitario continúa hacia adelante, como un acorazado indetenible, y que esa historia la llevan sobre sus hombros como una marca indeleble, como un tatuaje imborrable. Ahora les toca la responsabilidad de guiar al Orfeón Universitario a Raúl López Moreno, quien ha demostrado fehacientemente poseer el talento y el don para hacerlo y quien ha compartido conmigo innumerables años de experiencias y una inclaudicable y verdadera amistad, y a Diana Herrera Pinto, nuestra actual y pujante coordinadora general, quien se apresta también a cumplir veinte años en la agrupación. Y también les toca a ustedes acompañarlos en esta nueva ruta que se abre en el horizonte. Ambos, Raúl y Diana, recogen ahora el testigo de esta hermosa historia y confío plenamente, no tengo la menor duda, que junto a ustedes la seguirán escribiendo con orgullo. Así será.

Por último, quiero que sepan que nunca, nunca me alejaré del todo y que siempre, siempre estaré muy cerca de ustedes, que contarán conmigo como el más firme de sus aliados y que dentro de mi pecho me llevo un inmarcesible jardín florido con todo lo que me han sabido prodigar.

A ti, Orfeón, con un canto infinito de gratitud.

Por siempre.

César Alejandro Carrillo
Publicado en musicarrillo el 6 de febrero de 2012


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