Buena idea: un estreno para festejar los 120 años, por Chema Morate
Misa en Re M., op. 86, B153 (1887) de Antonin Dvorák, para cuarteto solista, pequeño coro y órgano.
Cuando un grupo coral español ha conseguido llegar a cumplir 120 años consecutivos de actividad, merece sobradamente ser noticia; si además lo hace con un buen estado de salud, la noticia es fabulosa. Para estas cosas de la salud, lo mejor es contar con un buen médico; y éste ha sido el caso con Juan Gabriel Martínez Martín: además músico de sólida y abierta formación coral –aún se le ve con su esposa en acreditados Cursos de Dirección Coral y/o Seminarios de formación vocal-, practica y vive de la Medicina en su Burgos natal y, desde hace 6 años, viene tratando al Orfeón burgalés (1893-2013) con notables efectos pues, de una grave situación que lo tenía a las puertas de su extinción, lo ha resituado en el panorama coral nacional, con claros síntomas de digna permanencia.
Celebrándose el Pregón de la Semana Santa de Burgos en su S. I. Catedral, la Programación cultural del Instituto Municipal de Cultura y Turismo y la Junta de Semana Santa de la ciudad, coincidieron en invitar al Orfeón al concierto subsiguiente al verbo del pregonero, montando un programa especial que celebrara su centésimo vigésimo aniversario, que se cumplirá a poco menos de un mes. Barajó el maestro distintas opciones y se decidió por esta Misa de Dvorák, que aunaba belleza, novedad y real posibilidad de obtener un buen resultado, por posibilidades técnicas y económicas del conjunto y conveniencia para el acto en que se incluía.
El checo Dvorák ya tenía experiencia en música religiosa (Hymnus para coro mixto y orquesta en 1872, el famoso Stabat Mater en 1876, Salmo CXLIX en 1879, oratorio Santa Ludmila en 1885), cuando el arquitecto Josef Hlavka, -patrón y fundador de la Academia Checa de las Ciencias y las Artes-, y propietario del Castillo de Luzany, le encargó una Misa para la consagración de la Capilla que en él acababa de diseñar y construir, por tanto humilde en su orgánico, contra lo que venía siendo costumbre para el compositor, que se lo tomó como “obra de Fe, Esperanza y amor a Dios todopoderoso” . La concluyó en Junio de 1887 y, satisfecho, escribió a Hlavka: “No se asombre de que sea tan religioso, porque un hombre que no lo sea, no podía alumbrar algo como esto”. Bajo su dirección, se interpretó el 11 de Septiembre de ese año, en la prevista consagración. La obra rezuma frescura, naturalidad y sencillez de exposición, con un regusto muy eslavo, aportando algunas originalidades; esa íntima religiosidad le pareció poco al editor Novello para publicarla así pero, no queriendo desaprovechar sus valores, insistió en que la orquestase a lo grande; Dvorák acabó por ceder y así lo hizo en 1892, editándose con el mismo opus 86, pero B175 en el catálogo; la parte de timbal de esta 2ª versión, fue añadida a la interpretación elegida por el Orfeón, porque subraya con acierto el gozo, solemnidad o drama del texto.
¿Y cómo sonó esta música en primicia para los burgaleses?. Pues hay que decir desde ahora, que muy bien; el coro se la sabía y la tenía bien montada, siguiendo el concepto que su Director quiso imprimir: servir a la expresividad de la partitura, sin decaer nunca el tempo elegido, aún a costa ocasionalmente de golpear levemente algún ataque o hacer rígida alguna respuesta a solistas, pero logrando momentos realmente emotivos con un sonido muy cuidado y una afinación notable. El Kyrie se inicia como torrente de luz y remanso de paz en 1ª y 3ª imprecación, mientras el Christe usa al cuarteto solista como llamada a la 2ª Persona trinitaria en concreto, asumida por el coro. El Gloria se plantea como una explosión algo barroca de júbilo en órgano y coro, que se va amoldando al sentido de cada versículo; así gratias agimus tibi, donde dúos soprano-alto y tenor-bajo preceden al cuarteto y al coro en esa agradecida petición de perdón, o en la habitual fuga de cum Sancto Spiritu rematada con imponente Amen. El Credo inicia con la contralto exponiendo la base de la Fe en forma original y solemne, haciendo avanzar el texto sin demoras; la doxología lleva a alto, bajo y soprano a un alto lirismo muy romántico, proseguido por la cuerda de altos empastada y emotiva; un crucifixus dramático, con afectos reforzados por el timbal; el tenor anuncia alegre Et resurrexit bien secundado por el coro; imitaciones a 4 marcando Et iterum, volviendo alto y coro a exponer doctrina en Et in Spiritum Sanctum; todo sin que tanta literatura pese, como suele ocurrir en otras Misas, donde se pugna por hacer ligera tanta música precisa, aquí logrado con naturalidad. El Sanctus, muy expansivo,torna a la luz del Kyrie en la triple proclamación coral que personaliza el tenor, que lleva al Hosanna de mano del timbal; una misteriosa intervención del órgano conduce al meditativo Benedictus para el cuarteto, y lógica recuperación del brillante Hosanna. Piadosísimas las dos primeras imprecaciones del Agnus, tenor la 1ª y alto y tenor la 2ª, creciendo gozo y tensión en las respuestas corales Miserere, para ir al cuarteto donde el bajo está muy exigido en tesitura y dinámica y llevar a la calma y serenidad del dona nobis pacem final, tras 40 minutos de arte lógico y medido.
Fue soprano Ana Isabel Ayala (componente del Orfeón), en excelente estado de voz y concentración, colocando y emitiendo cada nota con gusto e inteligencia, en la línea lírica exigida; puestos a pedir por el nivel ofrecido, cuidar alguna “e” que ocasionalmente se abrió en demasía. Sirvió la contralto la también burgalesa Raquel Rodríguez, con bonito color, quizá un punto ampulosa en la impostación restando algo de volumen, pero en prestación más que notable. Grata sorpresa la del tenor malagueño Gerardo López, timbre hermoso y de calidad, buen gusto y excelente zona de paso, que nos dio momentos de alta emoción. Bajo de verdad por color y apoyo, el madrileño Fernando Rubio, matizando con contención cada una de sus intervenciones, en la línea melódica seguida por todos. Expresivo y efectivoel timbalero burgalés Prof. en su Conservatorio, Alfredo Salcedo, atento a las solicitudes del maestro. Nueva buena labor como constante acompañante y breves solos, del organistade la tierra Diego Crespo, soporte oportuno del conjunto, atento a las apropiadas dinámicas en el siempre incómodo instrumento eléctrico. Del maestro, volver a incidir en su progreso, fruto del profundo estudio de la partitura y su entorno temporal, y el de su Orfeón, capaz ahora de abordarla con enorme dignidad; habrá que seguir trabajando la tensión en los pianos, el legato flexible sin perder color en los bajos, mejorar el apoyo en las sopranos y la firmeza de las altos; es decir, lo que éllos ya saben que deben y pueden perfeccionar con esfuerzo y constancia, para pasar de ser un buen coro amateur a un gran coro. Animo, que en el camino estáis.
Chema Morate