Ave Verum Corpus, por Juan de Dios Tallo
Ave Verum Corpus, por Juan de Dios Tallo
Lo profano se sacraliza y el proceso comienza
Todas las religiones son hechos sociales y tienen sus misterios y sus delimitaciones de lo que es sagrado y de lo que no lo es, además de tener sus ritos para atravesar la barrera entre lo profano y lo sagrado. El hombre desde el comienzo de su andadura ha necesitado siempre de lo sagrado. Por ello ha sacralizado tiempos, espacios, animales, plantas y mucho de lo que le rodea. Mircea Eliade lo explica muy bien en su libro “Lo sagrado y lo profano”:
El hombre de las sociedades arcaicas tiene tendencia a vivir lo más posible en lo sagrado o en la intimidad de los objetos consagrados. Esta tendencia es comprensible: Para los “primitivos” como para el hombre de las sociedades pre-modernas, lo sagrado equivale a la potencia y, en definitiva, a la realidad por excelencia. Lo sagrado está saturado de ser. Potencia sagrada quiere decir a la vez, realidad, perennidad y eficacia…
Aunque el presente artículo no trata de religiones arcaicas sí habla de fenómenos religiosos herederos de aquellos tiempos remotos y de su evolución hasta hoy. Habla, en definitiva, de un sacramento, de la sacralización de objetos como pan y vino y del proceso que se ha generado con esto, pues desde el comienzo de los tiempos la relación del hombre con lo sagrado ha sufrido una evolución ya muy estudiada. Todo elemento que en una sociedad primitiva o moderna ha sufrido la transformación en objeto sagrado sufre a la vez los efectos del tiempo, es decir, evoluciona. Las evoluciones humanas, se producen a veces por medio de re-evoluciones y de todo esto hablaremos aquí. Este texto ancestral que llamamos Ave Verum Corpus nos remite al núcleo central de la doctrina cristiana que es el sacramento de la Eucaristía y el misterio de la presencia real de la carne y sangre de Jesucristo en las denominadas “especies consagradas”.
Todo da comienzo en un episodio de la Pasión de Jesucristo en el que reunido con sus discípulos en la Última Cena les dice que el pan y el vino que van a tomar a continuación serán su propia carne y su propia sangre. Se instituye desde ese momento el sacramento de la Eucaristía que es el de la con-sagración de objetos profanos en divinos que van a entrar en el propio cuerpo del creyente en la comunión. Volvamos a Mircea Eliade:
El hombre religioso es susceptible de una serie de experiencias “cósmicas”. Tales experiencias son siempre religiosas, pues el mundo es sagrado. Para llegar a comprenderlas, hay que recordar que las principales funciones fisiológicas son susceptibles de convertirse en sacramentos. Se come ritualmente y el alimento recibe una valoración distinta según las diferentes religiones y culturas: los alimentos se consideran ya como sagrados ya como una ofrenda a los dioses del cuerpo (como es el caso, por ejemplo de la India).
El hecho de que la música asociada a estos ritos haya escapado del contexto de lo sagrado y se haya instalado en las salas de concierto exige retomar el hilo de la historia para entender estas piezas como es debido. Eliade nos explica el proceso de lo sagrado como fenómeno social hasta hoy en que, desde un panteísmo inicial, llegamos a vivir en un mundo notablemente desacralizado por primera vez en la historia de la Humanidad. Por eso mismo, a Eliade se le permite publicar las teorías aquí expresadas sin quemarle en la hoguera, Hawkins puede publicar que Dios no era necesario para el inicio y desarrollo del Universo sin que le pase nada y los Ave Verum Corpus de los diversos compositores se escuchan en las salas de concierto tanto o más que en los templos, por no hablar de los cuartos de estar de los domicilios particulares.
Inocencio en Reichenau
Sobre el texto del Ave Verum Corpus debemos decir ante todo que no tiene un origen bíblico y que su origen es algo incierto. Debemos dirigirnos a esa isla de increible belleza en el lago Constanza que se llama Reichenau (Hoy declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco) que albergaba uno de los conjuntos monacales más importantes de Europa. Allí aparece el texto más antiguo conocido del Ave Verum Corpus en el códice nº 213 y en él se atribuye la autoría al Papa Inocencio. Por eso, unos lo atribuyen a algún Papa de ese nombre, bien al tercero, bien al cuarto y, casi siempre, al sexto. Otros lo atribuyen a Tomás de Aquino y otros prefieren acudir al simple y siempre prudente anonimato. Hay una mayoría que se decanta por Inocencio VI, Papa francés que tuvo su pontificado entre 1352 y 1362 en Avignon. Era bastante ilustrado y gustaba de escribir y de rodearse de gente de letras, por lo que bien podría haber sido él. El texto dice:
Ave Verum Corpus natum de Maria Virgine
Vere passum, immolatum in cruce pro homine
Cuius latus perforatum fluxit aqua et sanguine
Esto nobis praegustatum mortis in examine
O Iesu dulcis, o Iesu pie, o Iesu fili Mariae.
Que traducido vendría a decir:
Salve, Verdadero Cuerpo nacido de la Virgen María,
En verdad atormentado, inmolado en la cruz por la Humanidad,
de cuyo costado perforado fluyó agua y sangre;
Sé para nosotros un anticipo en el trance de la muerte.
¡Oh, Jesús dulce, oh, Jesús piadoso, oh, Jesús, hijo de María!
El cosmos y las vocales A, E, I, O y U
En otra versión se dice in mortis examine en el cuarto renglón. En cualquiera de las dos posibilidades el origen medieval se delata en un pequeño juego, que sin duda debe tener su significado y que tiene que ver con las vocales del alfabeto. Tenemos cinco versos que tienen ordenadas las cinco vocales de forma que la primera letra del primer renglón es la A, la segunda letra del segundo renglón es la E, la tercera del tercer renglón la I y así sucesivamente. Quizá con este alarde de ingenio se quiera subrayar que en un texto tan corto se hable de tantas cosas importantes para la doctrina como son la Encarnación, la Pasión, la Eucaristía y la hora de la muerte, o sea, el Juicio Final. En todo caso dota al texto de un carácter muy especial. Le hace distinto a cualquier otro y eso facilita su aura de santidad o de sacralización. Eliade diría quizá que se carga de ser al tratarse de una realidad que encierra otras en su interior. En esos versos tan emocionales y misteriosos hay una columna vertebral invisible que es puro orden y racionalidad: Las cinco vocales ordenadas en una fórmula que recuerda las formas geométricas sagradas de los pitagóricos. Quizá por todo esto ha tenido esa relevancia histórica a pesar de no pertenecer ni a los misales ni a la liturgia de las horas.
Sabemos que las palabras fueron escritas para solemnizar el misterio de la consagración durante la misa. En realidad ya existía un conjunto de plegarias más antiguas. En el siglo XIII se solían recitar jaculatorias del estilo de “Ave salus mundi, Verbum Patris, Hostia vera” o bien “Ave, vivens Hostia, veritas et vita”. Vemos que, por aquellos años, surge la necesidad de resaltar el momento de la consagración mediente una serie de ritos y acciones que no existian antes, quizá porque se consideraba innecesario.
La Eucaristía no fue motivo de controversia durante siglos. La presencia real de Cristo en el pan y en el vino consagrados no se discutía. Ni los nestorianos ni los monofisitas, que se separan de la Iglesia romana en el siglo V, la ponen en cuestión y, por otra parte, cuando Focio provoca el cisma de la iglesia griega en 869 conserva el sacramento de la Eucaristía y así se mantiene incluso cuando el Patriarca de Constantinopla Cirilo Lucar en 1629 intenta introducir ideas calvinistas.
Y llegó Berengario
Todo era disciplina y armonía en el cuerpo doctrinario católico cuando en el siglo IX el buen Pascasio Radberto empieza a preguntarse lo que a nadie inquietaba hasta entonces: en qué consiste la identidad del pan con el auténtico cuerpo de Cristo que se paseaba por Palestina y subió a los cielos. Qué quiso decir realmente Jesús cuando dijo “Tomad y comed, Esto es mi cuerpo”. En aquellos años medievales tan intelectuales empezaban a preocupar cuestiones como, por ejemplo, si no era mucho pan para tan poco cuerpo y cosas así. Su influencia fue mínima, pero entonces llegó Berengario de Tours (m. 1088) y creó una inquietud enorme en la cristiandad al opinar que el pan y el vino son el cuerpo y la sangre de Cristo, pero sólo simbólicamente. El revuelo fue de tal entidad que Berengario tuvo que retractarse de esta herejía delante del Papa Gregorio VII para calmar los ánimos. Sin embargo, el proceso que la Iglesia nunca quiso contemplar se puso inexorablemenete en marcha.
Siempre hay un problema para Aristóteles
El Papa confía en Tomás de Aquino para zanjar la cuestión. Este santo varón recurre a Aristóteles para exponer y aclarar el problema. Éste no es otro que el de un milagro que no se percibe. El hecho de que el pan y el vino se conviertan en carne y sangre de Cristo es un milagro que no captan nuestros sentidos. Tomás nos dice que se trata de una Transubstanciación, término inventado por Hildeberto de Tours (ca. 1079).
Según Tomás, siguiendo a Aristóteles, toda cosa consta de una serie de accidentes como color, forma, posición, tamaño, sabor, olor, textura, brillo etc. que le hace perceptible por los sentidos. Estos accidentes están soportados por lo que las cosas son en realidad y eso se llama substancia (sub – stantia, lo que está debajo). La substancia no se percibe aunque sabemos que no se puede prescindir de ella porque los accidentes no se pueden sostener en el vacío. Mediante la Transubstanciación, las substancias pan y vino (no perceptibles) desaparecen y son reemplazadas por las substancias carne y sangre de Cristo, pero sin cambiar los accidentes (perfectamente perceptibles). Por eso los fieles, al comulgar, siguen viendo y gustando pan y vino cuando en realidad, según la doctrina, ya no lo son pues su substancia ha cambiado. Estamos acostumbrados a milagros que espantan nuestra mente mediante la información más o menos asombrosa que le sirven nuestros sentidos. Como en este caso los sentidos no advierten el más mínimo cambio y, además, el pan y el vino consagrados se corrompen con el tiempo como si siguieran siendo substancias pan y vino, pueden aparecer mentes que no se fíen de la literalidad no discutida y expresada por Jesucristo en la Última Cena cuando dijo “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, de ahí Berengario y lo que viene después.
En los siglos XII y XIII ya se advierte que la Eucaristía debe ser apoyada para reforzar la ortodoxia y evitar más herejías. En el XII albigenses, cátaros y petrobrusianos, que negaban el poder del sacerdote para poder consagrar, señalan con el dedo al sacramento. Se va formando un cierto movimiento popular de contestación a la herejía que ayuda a ir aglutinando todo un conjunto de prácticas pías que realzarán la Eucaristía y la creencia en la presencia real de Cristo en la Forma consagrada. Así, comienza la costumbre de la elevación de la Hostia acompañada del sonido de una campana y el encendido de un cirio. Todavía se conserva una campana en Almonaster la Real en la que aparece la fecha de 1535 y la inscripción “Ave Verum Corpus natum”. Por fin, se instaura la fiesta del Corpus Christi generalizando una celebración que originalmente fue iniciativa de la beata Juliana de Rétinem, priora del monasterio del Monte Cornelio cerca de Lieja. La excelente monja tuvo una visión divina y logró que en su diócesis se instaurara una fiesta en honor del Santísimo Sacramento. En Italia coincidió con otro milagro, llamado de Bolsena, en el que un sacerdote influido por dudas berengarias vio con sus propios ojos como sangraba, con sangre de verdad, la mismísima Hostia consagrada de forma que incluso llegó a manchar el corporal y el suelo del templo. El Papa Urbano IV, ante estos hechos tan notables, proclama tres decisiones. Primera, poner a buen recaudo la reliquia del corporal manchado en Orvieto. Segunda, declarar la Fiesta del Corpus para toda la Iglesia Universal a partir del año 1264 y, además, pedir a Tomás de Aquino que compusiera la misa para la ocasión y su oficio. El de Aquino se pone manos a la obra seleccionando las lecturas y componiendo las oraciones e himnos para ello, de ahí el Pange Lingua, el Sacris solemnis y el Verbum supernum. Hay autores que incluso creen que es Tomás, en este momento, el verdadero autor del Ave Verum Corpus negando la autoría del Papa Inocencio.
La Reforma tiene cosas que decir
Por fin llega la reforma protestante y la transubstanciación se vuelve a poner en duda. No es Lutero quien propone el tema sino el suizo Zwinglio que vuelve a Berengario y al carácter simbólico de las palabras de Cristo en la Cena. Su visión tiene eco entre arminianos, menonitas, socinianos y anglicanos, pero no tanto en Lutero.
En Ginebra, Calvino intenta una via intermedia diciendo que el pan y el vino consagrados no son en un principio la carne y la sangre de Cristo. Sin embargo, cuando el fiel predestinado a la salvación los recibe en su boca es la carne y la sangre divinas lo que le llega como un alimento espiritual que viene directamente del cielo. Esta solución tuvo buena acogida en algunos círculos luteranos gracias a la labor divulgadora de Melanchton, pero fue finalmente rechazada en 1577, veintiseis años después de que hiciera lo mismo el Concilio de Trento en el campo católico.
Los anglicanos eran en su origen un movimiento más político que social o teológico, por lo que se inquietan menos por estos asuntos. Aun así, la solución escolástica de la Transubstanciación les parece poco útil. Vienen a pensar que si Cristo dijo que en el pan y en el vino estaba su carne y su sangre pues lo estará en algún modo que no quedó explicado en su momento, pero que tampoco hace falta darle vueltas. Además, si el espíritu de la reforma anglicana pretendía recuperar la pureza del espíritu original cristiano perdido por la corrupción papal y de la jerarquía eclesiática, está claro que en los primeros tiempos del cristianismo esto no era un tema que inquietara especialmente.
Es en este ambiente de controversia donde cobra sentido la existencia del Ave Verum Corpus. En su origen es una plegaria más, asociada a la fiesta del Corpus, usada para realzar el momento de la consagración. Se recitaba o se cantaba en el momento en que el oficiante levantaba el pan y el vino consagrados para saludar la presencia divina en un acto colectivo de afirmación de la fe en el milagro transubstanciante “in elevatione corporis Christi”.
Estas cuestiones tan debatidas hasta ahora parecen curiosidades sobre la historia de las discusiones intelectuales más o menos peregrinas que se han dado a lo largo de una serie de siglos. Esto sólo es parte de la verdad, y si hemos dado la impresión de que Europa ha sido un campo fértil para la libre discusión sobre aspectos filosóficos y teológicos es falso y sólo se puede achacar a la torpeza con que está narrada esta historia. Lo cierto es que por causa de estas diferencias conceptuales la gente moría y se mataba, o simplemente se jugaba su libertad, su salud o su vida. No se nos olvida que esto es un artículo sobre música, por eso conviene repasar algunos de los Ave Verum Corpus más logrados y conocidos en su contexto histórico. En la historia de la música española tenemos buenas muestras como la del compositor de Talavera de la Reina Francisco de Peñalosa (1470 – 1528) o la de Juan de Anchieta (1462 – 1523) de Azpeitia que está en el Cancionero de Segovia. Sin embargo, nos vamos a centrar en tres ejemplos especialmente sobresalientes de tres épocas distintas. La motivación para su composición difiere en los tres casos y su conocimiento es de lo más recomendable. Empezaremos por el de William Byrd (1543 -1623)
William Byrd y un motete para cantar a escondidas
William Byrd nace en Lincoln en 1543 en el seno de una familia católica. Este es un detalle importante pues no sólo se mantuvo fiel a este culto toda su vida, sino que su adhesión a la Iglesia romana fue cada vez más fuerte, especialmente a partir de 1570, lo cual le trajo dificultades que sólo su talento y prestigio pudo salvar.
Fue discípulo del converso al anglicanismo y músico principal de su época Thomas Tallis. Byrd fue nombrado organista de la catedral de Lincoln cuando sólo contaba 20 años de edad y desempeñó este cargo hasta 1570, en que fue nombrado Caballero de la Capilla Real, ocupando dos años más tarde el cargo de organista en la citada capilla.
El Ave Verum Corpus de Byrd pertenece a un conjunto de motetes denominado “Gradualia I y II” aparecidos en 1605 y 1607 y que el autor dedica a dos nobles católicos, a Henry Howard, Conde de Northampton y al propio protector de Byrd, el Lord John Petre de Writtle. Esta colección se compone de más de 100 motetes que, en su mayor parte, van conformando el misal del año con sus fiestas, incluyendo la del Corpus Christi. Aparece en tiempos del rey Jacobo I en un momento de especial relevancia histórica pues el 5 de noviembre de 1605 se produce la famosa Conspiración de la Pólvora en la que, hablando un lenguaje periodístico actual, un grupo de terroristas católicos falla un brutal atentado en el que intentaba hacer saltar por los aires la Cámara de los Comunes con el rey y todas las autoridades dentro, hoy diríamos un 5-N. Guy Fawkes y el resto de conjurados fueron ejecutados tras espantosas torturas y como represalia final, los católicos fueron víctimas de nuevas medidas represoras y de discriminación social. Mal momento el elegido por Byrd para la aparición de los Gradualia. Por razones fáciles de comprender, las misas para las que fueron compuestos se celebraban en ceremonias ocultas.
Byrd utiliza un curioso subterfugio musical para declarar su fe católica en este motete. Ante la postura poco propicia de los anglicanos hacia la solución tridentina de la Eucaristía, Byrd quiere enfatizar su fé en la Presencia real de Cristo en el pan consagrado. Quiere, en definitiva, afirmar su firme creencia en la transubstanciación. Y así, en la primera frase, no enfatiza musicalmente las palabras “Ave” (que es el saludo al Cuerpo Divino) ni “Corpus” (que se refiere al cuerpo de Cristo) sino “Verum” dando a entender que como católico cree verdaderamente en el sacramento de la Eucaristía y que, por tanto, el trozo de pan es realmente el cuerpo de Cristo. El recurso utilizado se denomina en música “falsa relación” y consiste en colocar muy próximas una nota y su alteración cromática. En este caso se trata del Fa# de las sopranos en la sílaba “ve” (compás 2) y la sílaba “ve” del “Verum” de los bajos, en el mismo compás, que es un fa natural.
La “falsa relación” es un recurso expresivo frecuentemente usado por su maestro Thomas Tallis y por la música isabelina de su tiempo. Sin embargo, es raramente usado por los autores continentales de la época. Actualmente es frecuente encontrar combinaciones similares de notas en la música serial o atonal.
Byrd termina su obra con un añadido al texto canónico consistente en una petición de clemencia tras el último verso, repitiendo “miserere mei”.
Ave Verum Corpus – William Byrd. Tallis Scholars. Peter Phillips, director.
Wolfgang A. Mozart y la cercanía de la muerte.
Doscientos años después no encontramos en la Viena católica estas disputas teológicas. El Ave Verum Corpus de Mozart no reivindica posturas teológicas o doctrinales. Estamos ante un simple, pero maravilloso, regalo a un amigo.
Mozart es conocido por multitud de obras geniales de unas proporciones considerables, como óperas, conciertos, sinfonías etc. Sin embargo, su producción de obras religiosas no es muy abundante si la comparamos con el catálogo global. Si nos atenemos al ya generalizado Köchel, de las 626 obras que en él se recogen, sólo 88 son religiosas, de entre ellas 19 misas, 11 cantos litúrgicos, 8 himnos etc. Pero las cifras no deben desviarnos de la importancia de la producción religiosa de Mozart. El Requiem o el Ave Verum se encuentran entre las obras más interpretadas en el mundo. Además, Mozart tuvo siempre un intenso sentido religioso y estudió a fondo la música gregoriana, el estilo antiguo polifónico y la música religiosa de Bach y de Haendel, del que hizo una versión del Mesias.
El Ave Verum KV618 es compuesto muy al final de su vida, en junio de 1791, en un pueblo balneario a 25 km. de Viena llamado Baden bei Wien donde Constanze, su mujer, se sometía a baños curativos para aliviar su penoso embarazo del sexto retoño de Mozart. Esta dedicado a su amigo Anton Stoll que ostentaba, a la sazón, el puesto de maestro del coro de la parroquia de Baden. Se supone que Herr Stoll estrenó el Ave Verum Corpus con su coro (cinco días después de su terminación) en la misa del Corpus Christi del día 23 de junio del año citado.
Para escribir el Ave Verum Corpus, Mozart tuvo que hacer un alto en la composición de La Flauta Mágica, por lo que a menudo se han comparado ambas obras. Se ha investigado por qué Mozart escribe este pequeño motete y después el Requiem, cuando desde 1783 no había escrito nada religioso. Por un lado, parece que su situación económica era precaria y agravada por la necesidad repetida de Constanze de tomar baños. Por otro lado, dos meses antes, Mozart vio la oportunidad de mejora pecuniaria con la baja por grave enfermedad del Maestro de Capilla de la catedral de San Esteban en Viena, el señor Leopold Hofmann. Esta circunstancia podría haber llevado a Mozart a volver la vista sobre la música sacra.
La obra consta de sólo 46 compases para cuerda, órgano y coro mixto. El texto es admirablemente acompañado por las modulaciones y melodías produciendo una obra especiamente emocionante. A lo largo de toda la obra mozartiana se admira esta capacidad inigualada para jugar con las emociones humanas por medio de la musica. Lo que es extraordinario en este pequeño motete es cómo se llega al resultado tan extraordinario usando tan escasos recursos. Hay quien asegura que, si hubiera vivido más, habríamos asistido a una nueva etapa compositiva donde la simplicidad sería una sensible autoexigencia. Esta idea vendria sugerida por esta misma obra, por el último concierto para piano y por partes de sus últimas óperas, escritas casi simultáneamente en aquel 1791, La Flauta Mágica y La Clemenza di Tito.
Mozart indica al principio de la partitura que debe interpretarse sotto voce, como si quisiera que el momento de la elevación de la Forma consagrada fuera un momento de recogimiento para el creyente sin que la música quite protagonismo al sacramento.
Impresiona pensar en la cantidad de coros que han cantado e interpretan hoy en día esta obra de engañosa facilidad. Su simplicidad exige una atención al texto muy especial dado que Mozart fue exquisito en la adecuación de la música y su armonía al mensaje tan emocional y complejo del Ave Verum Corpus. Para Héctor Berlioz esta pieza es de una rara perfección. La cita extensamente en su tratado de orquestación como ejemplo magnífico de pieza para voces en el registro medio y él mismo la dirige al menos en cinco ocasiones incluyendo la del multitudinario concierto con coro de la Exposición Universal de 1855
Por razones que se desconocen, Mozart no incluye el último renglón donde reina la letra “u” en su calidad de quinta vocal, O Iesu dulcis… Si fuéramos estudiosos medievales nos daríamos cuenta de que en su Ave Verum Corpus las vocales del extraño acróstico sin el quinto verso de la “u” irán de la “a” a la “o”, las vocales de la palabra “Mozart”. Acaba su obra en el cuarto verso que es el que alude a la muerte, trance que le espera cinco meses después del estreno. Además, se detiene en la sílaba “o” de “mortis” nada menos que tres compases y medio. Con mucho es la vocal más larga de toda la obra. La “o” es además la única vocal de la palabra “muerte” en alemán, “Todt”.
Ave Verum Corpus K. 618 – W. A. Mozart. Les Arts Florissants. William Christie, director.
Edward Elgar y el inofensivo azúcar de Worcester
Por fin a finales del siglo XIX, y de nuevo en tierras anglicanas, surge otro notable Ave Verum Corpus digno de ser comentado. Al igual que en Mozart es la amistad la que lleva al autor a escribir este breve motete que no pertenece a las grandes obras ni más conocidas de su autor, inmortal por su concierto para Cello, sus variaciones “Enigma” o su monumental oratorio “El sueño de Geroncio” que tanto entusiasmo levantó en Richard Strauss o en Hans Richter.
Edward Elgar (1857 – 1934) nace en una casa campestre (hoy museo) del Lower Broadheath desde donde se divisa la torre cuadrada con cuatro pináculos de la catedral gótica de Worcester. Su padre, William Elgar, era organista de este templo y se encargó de la temprana educación musical del niño Elgar, que pronto mostró unas dotes musicales excepcionales. Como en Byrd, el hogar de los Elgar era católico romano. A esa fe se convirtió su madre dos años antes de dar a luz a Edward y católico era también el padre, aunque no especialmente fervoroso. De resultas de esta educación, Elgar fue siempre fiel a la Iglesia de Roma, aunque a medida que se iba haciendo mayor, su fe fue decayendo y se fue volviendo cada vez más escéptico en materia religiosa.
William Elgar regentaba una pequeña tienda de música en Worcester y allí el joven Edward tenía a su disposición todo el material necesario para ser un autodidacta extraordinario que consigue rápidamente dominar con virtuosismo el violín, el órgano y el fagot. Tenía una gran facilidad para la improvisación al piano y fue un precoz director de coro y de orquesta.
Los que le conocieron decían de él que sus orígenes católicos y humildes siempre le acomplejaron un poco y le crearon dificultades en su carrera, pero por si no nos habíamos dado cuenta, Elgar representa el renacer de la música inglesa como movimiento cultural importante. Desde Henry Purcell (1659 – 1695) no hay una música inglesa de importancia (Si dejamos de lado a Haendel por ser alemán). Sólo al final del siglo XIX y luego ya en el XX tenemos toda una nómina de autores relevantes e influyentes y es Elgar quien inaugura esta nueva edad de oro de la música inglesa.
Abandona los estudios escolares a los quince años por un puesto de pasante en un bufete de abogado local regentado por Mr. William Allen. Sólo dura un año en esta labor que abandona por la música. Toca el órgano, el fagot en una banda y el violín en la orquesta de Worcester donde participa en varios festivales anuales de esta ciudad interpretando obras como el Stabat Mater de Dvořák que le produce honda impresión. Quiere ir a estudiar a Leipzig, pero no puede por razones de dinero. Comienza a componer cuando en 1885 es nombrado organista de la catedral.
Las primeras obras son pequeñas piezas para órgano y coro de carácter religioso siendo una de ellas un Pie Jesu dedicado por su fallecimiento a su antiguo y católico jefe en el bufete Mr. Allen. Acompañan a esta obra dos más, un Ave María, dedicado a la viuda Mrs. Allen y un Ave maris Stella dedicado a su colega y maestro de coro de la catedral Hubert Leicester formando un tríptico que publica en 1902, pero transformando el Pie Jesu citado en un Ave Verum Corpus. Y así han pasado a la posteridad las tres obras englobadas en el Opus 2.
Es una obra sencilla, como exigían las autoridades religiosas, de 39 compases con acompañamiento de órgano donde se canta el texto completo sin añadidos. Comienza con siete compases de solo de soprano que canta el primer verso, el de la “a”, con una sencilla melodía curvilínea de notas descendentes y ascendentes que es contestado por el coro en una especie de eco con muy bonitas armonías, luego hace lo mismo con el tercer verso, el de la “i”. Elgar opinaba de su obra con extremada modestia, para él, su Ave Verum Corpus era “too sugary but nice and harmless”, es decir, demasiado azucarado, pero agradable e inofensivo.
Ave Verum Corpus- Edward Elgar. Coro de orquesta de cámara de la Basílica cisterciense de St. Kowalczyk, Cracovia
Afortunadamente, en este final de la era victoriana ya no son tiempos para la reivindicación y la afirmación de una fé. Por eso, Elgar en su Ave Verum Corpus construye un motete amable y francamente agradable de escuchar y emocionante para cantar porque, al fin y al cabo, se lo puede permitir.
Desde Elgar han ido surgiendo otros Ave Verum Corpus, incluso han ido más allá la órbita católica. En el siglo XX no hay muchos ejemplos de relieve, parece que el interés decae algo. Como curiosidad diremos que Francis Poulenc hace aparecer uno en su ópera Diálogos de Carmelitas que ha acabado por cantarse en las iglesias. Es interesante porque es el único caso que ha hecho el camino al revés, del teatro al templo. En la última década ha tenido mucho éxito el de Karl Jenkins, incluido en su Stabat Mater y frecuentemente interpretado por su paisano galés Bryn Terfel. La música de Jenkins es muy apreciada por el gran público y hay mucha para coro. La evolución de este autor es notable, pues comienza su carrera musical como teclista del famoso y sofisticado grupo de rock de los 70 Soft Machine. La música de Jenkins es muy fácil de oír, aunque a veces pecaría de demasiado chill out y de bastante regusto new age, pero el Ave Verum Corpus es realmente una pieza muy bonita y agradable de oír. Le pondríamos también la calificación de Elgar: “too sugary but nice and harmless”.
Katherine Jenkins y Bryn Terfel. Ave Verum – Karl Jenkins. En el Bryn Terfel’s Faenol Festival (Gŵyl y Faenol), Faenol Estate, north Wales, Friday 26th August 2005.
Juan de Dios Tallo