Un domingo con Brady Allred, por Elena González Correcher
El domingo fue uno de esos días que dejan huella, de esos que hacen que se te ponga una sonrisa amplia en la cara. Fue un día maravilloso el domingo 6 de noviembre. Lo mejor es que, además, fue la materialización de un sueño. Fue el mejor ejemplo de que una idea que a priori se sabe una simple ilusión, puede llegar a llevarse a cabo. Con ilusión, con ganas y contando con buena gente. Imprescindible todo.
Brady Allred, director del Salt Lake Choral Artists, tras haber pasado una larga semana en el Certamen Coral de Tolosa, iba a pasar un único día, este domingo, en Madrid.
Me preguntó si podría asistir esa tarde a algún concierto interesante, y así empezó todo. Busqué, pero con un mes de antelación, no encontré gran cosa. La idea surgió a lo tonto: ¿y si en vez de un buen concierto pudiera ir a un buen ensayo? Un buen coro, en Madrid, que ensayara los domingos…
Y sería el destino seguramente quien de pronto me hizo reparar en que delante de mí, al frente de los ensayos del concierto participativo del Orfeón Donostiarra, estaba Juan Pablo de Juan. Y que Juan Pablo de Juan es, además, el director del Coro de Voces Graves de Madrid. Y que creía que el CVG ensayaba los domingos.
Al final de uno de los ensayos de la 9ª, pregunté a Juan Pablo qué le parecería la idea, utópica aún. Su respuesta fue inmediata, y parecía gustarle. Quedamos en concretar detalles y es en ese momento cuando pedí ayuda a Josu Elberdin.
Josu, amigo tanto de Juan Pablo como de Brady (y me honra decir que también mío), estaría también en Tolosa, donde todos coincidirían. Todo quedó en sus manos, y así pudo llevarse a cabo. ¿El problema? Que tanto se implicó Josu que todo el mundo dio por hecho que él también vendría a Madrid. Tanto….que creo que hasta él mismo llegó a estar convencido de que lo haría, ajeno a su cansancio, a su extrema falta de tiempo y a tantas cosas.
El plan era sencillo: Brady llegaría el domingo en tren a las 14.00 hrs. a Madrid. Mi gran amiga Yola (compañera de locuras siempre) y yo le recogeríamos en la estación, le llevaríamos al hotel, comeríamos algo rápido y aprovecharíamos para dar un pequeño paseo por Madrid hasta que fuera la hora de ir al ensayo.
Alguna compra intercalada (Brady quería llevar un recuerdo español, unos pendientes, a sus hijas), alguna foto y un café en un sitio confortable. Tomar un café es algunas veces una frase hecha, y en este caso creo que lo fue: Yola tomó un té con leche y Brady optó por el chocolate. Supongo que optó por esto cuando, frente a la chocolatería de San Ginés, le fuimos contando cuál era la costumbre del chocolate con churros a altas horas de la madrugada.
Una pena que la iglesia de San Ginés estuviera cerrada, porque saber que allí estaban enterrados los restos de Tomás Luis de Victoria creo que fue algo que impresionó o sorprendió a Brady.
Como teníamos tiempo aún, y viendo que su agotamiento era evidente (Tolosa “mata”), le propusimos que descansara un rato antes del ensayo, lapso de tiempo que Yola y yo aprovechamos para tomar otro café y para ver alguna tienda.
Recogimos más tarde a Brady y nos encaminamos al local de ensayo del Coro de Voces Graves. El, tan hablador todo el día, estaba en baja forma en ese momento, se notaba. Debieron de ser muchos días agotadores, de mucho trasnochar y más comer según nos contó, desde que llegó a Tolosa hacía una semana. Durante el trayecto, y ante su silencio, me planteé si realmente había sido una buena idea montar esta especial “operación domingo en Madrid”. Más tarde me contesté.
Íbamos subiendo las escaleras y se oían las vocalizaciones del coro. Debo decir que cuando uno va subiendo unas escaleras, lo último que espera es encontrarse con ese sonido, más próximo cuanto más subes. Supongo que subir al cielo debe ser algo muy parecido. El coordinador del coro salió a nuestro encuentro.
El coro nos recibió en actitud de trabajo, sentados en semicírculo en dos filas, y en el centro, un piano gobernado por Juan Pablo de Juan.
Llegaron, momentos después, Nuria Fernández y Félix Márquez, así como José de Felipe. Paloma Mantilla se incorporó un poco más tarde.
Tras las presentaciones, Juan Pablo se hizo cargo del ensayo, para lo que eligió dos piezas de Javi Busto: “Tú venías” y “Christus factus est”. Nunca hasta entonces había sido consciente de la riqueza musical de esta segunda obra, dicho sea de paso, como cuando se la escuché cantar a ellos el otro día. Fantástica interpretación.
Desde un discreto segundo plano, escuchábamos los que teníamos la suerte de estar allí como invitados. Brady seguía las partituras con mucho interés, mientras Luis iba traduciéndole todo aquello que fue necesario.
Cuando Brady adelantó su silla para colocarse junto a Juan Pablo, tuve la absoluta certeza de que llevarle allí había sido una buena opción. A partir de ese momento, fue evidente que su cansancio había pasado a un cómodo puesto de retaguardia. A la vanguardia el director, el músico, el artista.
Y se produjo el arte. El arte al que teníamos el privilegio de asistir. El coro fue increíblemente activo, increíblemente ágil, atento al más mínimo gesto o indicación del maestro, brindando una respuesta excelente e inmediata a sus palabras, pronunciadas en un tono de voz pausado y muy tranquilo, a media voz.
El Coro de Voces Graves escuchó de boca de Brady cómo debía conseguirse el equilibrio de un buen coro, fuese de voces iguales o mixtas. Pidió brillantez en la ejecución a los bajos y, por el contrario, más oscuridad a los tenores. Equilibrio, ese era el secreto.
Juan Pablo, generosidad personificada, le ofreció ocupar su puesto, dirigir él mismo al coro. Y lo hizo, grande, inmenso. En sentido real y figurado, Brady Allred es grande.
Los componentes del coro, atentos a las explicaciones y sugerencias del maestro, cantaron haciendo equilibrio sobre un pie, los brazos sobre los hombros de sus compañeros, para conseguir forzar el apoyo. Balancearon sus brazos de izquierda a derecha al compás de la música para mantener la continuidad de la frase, los bajos consiguieron brillar por el simple hecho de separar ligeramente sus labios superiores de los dientes, levantaron sus pómulos hacia arriba para mejorar el sonido, se separaron y mezclaron.
Y ellos obedecían, atentos como niños y creo que con la sensación de saber que tenían frente a ellos a alguien especial. Como niños también, algunos de ellos, especialmente en la cuerda de tenores (¿por qué será?) hicieron travesuras, bromearon o hicieron comentarios graciosos.
Juan Pablo quiso hacerle dos regalos a Brady. Dos interpretaciones “diferentes” de dos temas, uno vasco, “Sorgin Dantza” y otro, “Nawba Isbahan”, compuesto por el propio Juan Pablo. Creo que ambas piezas sorprendieron gratamente a Brady, que a estas alturas de la noche disfrutaba ya de una cara de absoluta felicidad, implicado del todo como estaba.
En la obra de Juan Pablo, él mismo dijo al coro “chicos, es lo último que vamos a cantar, así que ¡a darlo todo!”. Y lo dieron, vaya que sí. Fantásticos siempre. El propio Juan Pablo lo dio todo también, todo energía él, todo entusiasmo y ganas. Con la forma en que Juan Pablo dirige a su coro, tiene que conseguir resultados siempre. ¿Cómo plantearse no devolverle siquiera una parte de lo que él mismo está dando? Dar para recibir. Y Juan Pablo se da, algo que se nota siempre.
Cuando el ensayo se da por concluido, empieza la gran transformación. Todos, con una organización perfecta, redistribuyen y redecoran la sala: de pronto no hay sillas, y aparece una larguísima mesa que se llena, en un tiempo infinitamente corto, de viandas de lo más variado y apetecible. De todo había.
Son unos magníficos artistas, pero también son unos espléndidos cocineros (doy fe, aunque no debiera) y, sobre todo y por encima de todo, los mejores anfitriones. Brady fue el centro de sus atenciones: la primera bebida, el primer salmorejo, la primera tapa o el primer trozo de jamón. Daba igual lo que fuera, pero él era el invitado especial.
Yo, que no era nada especial, me sentí como si lo fuera gracias a ellos. Debo decir que todos y cada uno de ellos nos colmaron de atenciones. Nos cuidaron, sin duda alguna.
Y cuando pensábamos que se había acabado todo, cuando alguien apareció con una bandeja con dulces, se oyó una voz de fondo: “¡¡No, que falta el risotto!!”. Sería una broma, supuse, pero no, que me asomé a la cocina y allí, en el fuego, había un buen recipiente en el que el risotto se estaba terminando de hacer. Ni dieta ni nada. ¿Cómo decirles que no cuando se te acercaban y con increible sonrisa te ofrecían una ración, decorada y cuidada con mimo extremo? Comimos risotto también, y luego pasamos al arroz con leche con receta asturiana. Buenísimos ambos, como todo lo demás. Enhorabuena a los cocineros.
Nunca en este tiempo vi a Brady solo. Nosotras, Yola y yo, habíamos pasado la tarde con él, así que ahora era el tiempo de que ellos se le acercaran. Desde lejos, eso sí, le veía disfrutar, reírse, con una risa abierta y franca, y eso consiguió que yo misma me relajara absolutamente.
No sé cuántas veces en el día llegamos a hablar por teléfono con Josu Elberdin. Para él había sido una tentación venir, y de hecho se lo estuvo planteando, pero finalmente primó la cordura. El se quedó, pero un trocito de su corazón viajó hasta Madrid, sin duda alguna, y por eso necesitaba saber qué tal había llegado Brady, qué hacíamos, dónde estábamos, todo. La última vez que esa noche hablamos fue, creo, allá por el arroz con leche…
Le conté cómo había ido todo, y sé que él, desde la distancia, disfrutó como nosotros. Gracias, Josu, de corazón. Lo mejor de que no hayas venido es que queda pendiente tu visita, y que espero sea muy pronto y que tengamos el privilegio de disfrutarla también.
Soy de emoción fácil, lo reconozco, pero hay cosas a las que uno no puede resistirse. Si al final de la cena, entre idas y venidas a la mesa o a la cocina, se te acerca Juan Pablo y, todo sonrisa él, te da un abrazo inesperado mientras te da las gracias… bueno, pues a ver quién es el guapo que se queda indiferente a eso. ¡Pero si soy yo la agradecida, Juan Pablo, si somos Yola y yo las privilegiadas por vivir un día como el que nos regalasteis!
Llegó la hora de la despedida. Brady se había sentado, y eso daba muestras de su agotamiento, y nosotras teníamos que dejarle en el hotel y volver a nuestras respectivas casas aún. Y los lunes no perdonan.
Lo que pasó entonces es de esas cosas que se te quedan grabadas. Cuando Juan Pablo anunció al coro que nos íbamos, reiterando su gratitud, el coro se puso en fila india y fueron pasando, uno a uno, a despedirse de Yola y de mí. Lo inesperado de la situación me hizo reír a carcajadas, entre beso y beso, claro, que ahí tuvimos para un buen rato.
Y cuando se despidieron de nosotras, le tocó el turno a Brady. No pude por más que hacer fotos de ese momento, todos en fila, esperando su turno para despedirse del maestro con un apretón de manos, un abrazo o un par de sonoros besos. Y todos, con su mejor sonrisa y cada cual con las palabras que les salieron del alma. ¡Qué momento!
Pero la despedida debió de parecerles poca, así que Juan Pablo y algún miembro más nos acompañaron a la calle, donde se repitieron las series de besos y abrazos para todos.
Ese abrazo, acompañado de sonoros besos, entre Brady y Juan Pablo, fue el momento más especial de la noche, el más entrañable. Y le siguió ese gesto tan de Juan Pablo, tan generoso, de arrodillarse frente a Brady, como rindiéndole pleitesía. Creo que aquí Brady sí que no supo qué hacer o qué decir.
Olvidamos algo arriba, así que tuvieron que bajar de nuevo a dárnoslo, con lo que volvieron los gestos de cariño. Fantásticos, de verdad.
La primera frase de Brady Allred, cuando nos quedamos los tres solos, fue “wonderful people”. Gran verdad, Brady. Son excelentes músicos, pero sobre todo, gente maravillosa…
Y creo que todos amanecimos el lunes con esa sonrisa de la felicidad y del recuerdo, de saber que el día anterior había sido inolvidable, por lo musical y por lo humano. Un momento de esos en los que uno necesita decir ¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS!
A quien ha hecho todo esto posible, a quien lo ha vivido con ilusión desde los preparativos, antes incluso de que nada fuese real, a quien lo ha vivido desde lejos con la misma ilusión, a quien tanto enseñó, a quien tanto puso de su parte, a quien acogió y a quien dijo sí. Gracias, Yola, Josu, Brady, CVG y gracias especiales a ti, Juan Pablo.
Elena González Correcher