La tarta de manzana de Alex Ross, por Juan de Dios Tallo
Juan de Dios Tallo es tenor aficionado. Forma parte del coro Vox Aurea donde ejerce de cantor y de prosista, prologuista y presentador. En estas líneas nos muestra su faceta de “lector de libros sobre música”. ¡Bienvenida sea!.
La tarta de manzana de Alex Ross
Una redundante cuestión trata de si es mejor saber de, o sobre, arte para disfrutarlo plenamente. Unos aseguran que la emoción que el arte debe transmitir tendría que ser suficiente y que conocimientos más o menos técnicos distraen al espectador/oyente, impidiéndole deleitarse con el hecho o la obra artísticos.
Otros piensan que sólo el experto o el amateur realmente avezado logra exprimir a la obra de arte todo lo que ésta puede ofrecer. Así, preferimos una visita guiada a un monumento o leemos el programa de mano de un concierto para, de esta forma, disfrutar más y mejor. Alguien, creo que Copland, solventa el dilema en la música diciendo que, al igual que el intérprete se enfrenta a obras más o menos difíciles cuando las ejecuta, también el oyente de música se las ve con obras de diferente dificultad al escucharlas. Todo aficionado va percibiendo que hay obras que ha disfrutado fácilmente desde siempre, que otras han necesitado audiciones repetidas y otras directamente años o lustros. Esto puede aplicarse a la pintura, literatura etc.
En conclusión, saber debe servir para apreciar y encontrar placer estético especialmente en obras difíciles. Y las hay. No es lo mismo en Beethoven escuchar la bagatela para piano “Für Elise” que alguno de sus últimos cuartetos. El siglo XVIII está repleto de música de más o menos fácil escucha. Sin embargo, en los últimos cien años abundan los casos de piezas que se antojan al oyente poco menos que inalcanzables. No hay que desanimarse, es preciso hacer el esfuerzo, es la música de nuestro tiempo y de nuestra vida.
Hay que aprender, conocer. Saber ayuda definitivamente a apreciar la música y ésta ayuda a alcanzar más sabiduría. Mirad, los entusiastas de Robert Graves saben por él que aprender en griego clásico se dice (decía) manzano, y que de ahí provendrían palabras en nuestra lengua vulgar como manzano (el árbol consagrado en Grecia a Apolo) u otras como matemática (saber supremo y sacralizado para los apolíneos y muy musicales discípulos de Pithagoras). El Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal que crecía en medio del Paraíso Terrenal era un manzano (habitado además por una serpiente) y la palabra de etimología desconocida para manzana en inglés es apple, que suena sospechosamente como Apolo, el dios del conocimiento, de las manzanas, ¡y de la música!. Hay otras explicaciones, probablemente más científicas, para el origen de la palabra manzano, pero esta de Graves es irresistiblemente sugestiva, es la del dios solar que todo lo ilumina, que lo es de la manzana (en griego melon) y de la música (en griego melos). Quizá aquellos legendarios bardos de Liverpool no se inspiraron en Graves al llamar a su sello discográfico Apple, pero vaya acierto.
Esta discusión ha existido siempre. Ya en su día, Apolo, preocupado por el éxito de la música popular frente a la suya propia, de más elevadas miras, convocó un concurso nombrando árbitro al rey Midas para ver si él con su lira o el populachero Pan con su flauta hacía mejor música. Acabó poniendo orejas de burro a Midas por preferir las melodías facilonas y bailables del arcádico Pan. Sin duda, a Midas le parecían aburridas las elevadas y sofisticadas músicas que salían de la lira de siete cuerdas del dios hijo de Leto. Sin embargo, esta antigua diatriba explota en el siglo XX. Parecería que todas las artes se confabulan volviéndose contra la gente. La pintura, escultura, arquitectura, música, teatro, etc. Las artes se vuelven extrañas, experimentales, incomprensibles desde comienzos del siglo. Al final, prácticamente todas acaban por ser aceptadas menos una: la música.
Aquí hay mucha tela que cortar. Por eso, Alex Ross, critico musical del New Yorker, conocida revista de la Gran Manzana, ha escrito un libro maravilloso titulado en inglés The rest is noise y que está traducido al español en Seix Barral como El ruido eterno. Ross confiesa que no sabe muy bien porqué la música contemporánea genera tanto rechazo, pero se lanza a la aventura de intentar hacérnosla accesible a través del conocimiento, porque su historia, la historia del siglo XX a través de su música, es fascinante.
Este autor expresó su sorpresa por convertirse en un éxito de ventas muy considerable en España, llegando recientemente a ser número uno en literatura de no ficción. Estuvo entre nosotros en noviembre y se ha debido de llevar la impresión de que en este país apasiona la música contemporánea. Y lo mismo es cierto.
Y esto no ha sucedido sólo aquí. No obstante, lo que interesa es saber si el texto merece tanto aplauso o no. La respuesta es que rotundamente sí que es merecedor. Es un libro muy inteligentemente planteado porque interesa al neófito y al entendido. Es buena literatura porque cuenta una historia apasionadamente, con total eficacia y corrección, destilando amor a la música, respeto y admiración por autores muy diferentes, sin prejuicios, sin afectación o poses de falsa o pretendida autoridad.
La historia del siglo XX es aquí una epopeya con personajes grandiosos que componen sinfonías, óperas o cuartetos, que tocan jazz o rock, etc.. Hay anécdotas emocionantes y una constante referencia a las relaciones de los músicos con su tiempo y con el poder. Y vaya poderes que hemos tenido en ese siglo terrible, Hitler sin ir más lejos, que siempre fue un buen aficionado a la música, o Stalin, también asiduo a los conciertos, aunque menos versado que su enemigo alemán. El libro comienza con una pregunta inquietante, ¿Estuvo el joven Hitler en el estreno de la Salomé de Strauss en Graz? Si así fuera, y pudo ser, estuvo allí sentadito en la misma sala, entre otros, con Mahler, Puccini y Alban Berg. Ese estreno es para Ross el comienzo del siglo XX musicalmente hablando.
Conoceréis la peripecia vital de los grandes del pasado siglo, las relaciones entre ellos, sus envidias y admiraciones y cuando, cómo y porqué compusieron sus obras maestras. Veréis cómo fueron arrastrados por las nuevas corrientes filosóficas y estéticas y cómo la música se convierte en un fenómeno global.
El siglo XX es el siglo del gran éxito de la música popular y de consumo. Por fin Pan y sus faunos perseguidores de ninfas han podido salir del bosque y comprarse un buen coche. Pero también es el siglo de la gran revolución de la música culta, los compositores matan al padre Beethoven y se hacen mayores. Dice Ross que no resulta difícil escribir una historia con estos increíbles personajes: Mahler, Stravinski, Schönberg, Sibelius, Britten, Cage, Shostakovich y tantos otros. Es humilde y esto dice mucho de él, pero no es cierto, es un trabajo difícil, asombroso y muy meritorio. ¡Qué tributo el de Ross a estos gigantes! Textos cómo este se convierten en manzanas del Jardín de las Hespérides que contribuyen a hacerlos inmortales.
Este libro es un excelente punto de partida para aprender, para saber. Que no os asusten sus setecientas páginas, se lee de un tirón y todos los ejemplos musicales se pueden oír en Spotify o en su site The rest is noise, complemento imprescindible del texto.
Dilentantes y cantores, hechizados todos por la lira de Apolo, leedlo como si degustarais una jugosa tarta de manzana, o si preferís, una sidra. La serpiente ya murió y hay muchas manzanas del saber en el viejo manzano. Comerlas ya no es una tentación, ahora es una necesidad, un placer. Subid al árbol, no dejéis ni una.
Juan de Dios Tallo, lector de libros sobre música.
En la página a la que os enlazamos podéis escuchar al propio Alex Ross hablando sobre su obra: