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Un centenario: Carlos Barrasa Urdiales, por Chema Morate

Publicado por el 02 March 2011 Sin Comentarios

Un centenario: Carlos Barrasa Urdiales (1911-1993).

Un sexagenario: Coro Universitario de Valladolid, refundado por él (1950/51-1993).

El pasado sábado 26 de febrero, el Coro Universitario de Valladolid celebró sus 60 años de vida y el I Centenario de su Director-fundador, Carlos Barrasa, “D. Carlos”. El retomó lo que fueron los primitivos Coros Universitarios que, a inicios del S. XX, dirigió el maestro Aparicio. Para ello, juntó su coro de hombres con sede en el Colegio Universitario de Santa Cruz (en el que figuraba, entre otros, Antonio Mercero) con el femenino que había tenido en la Escuela Normal, donde era Prof. contratado de Música, buscando como sede el Colegio Mayor Femenino Mª de Molina, cuyas internas pudieron integrarse y constituir, con el apoyo del Rector Mergelina, el Coro Universitario de Valladolid, nombre y función que perduran. Me integré en él en 1967, con 2 años de retraso sobre mi ingreso en la Universidad; yo era cantor de Coral Vallisoletana, que D. Carlos también dirigía y que aportaba algunos miembros al Coro (que él designaba) “para dar color”, según sus palabras; a pesar de que yo podía ser cantor por mi condición de alumno, hasta que un día me preguntó: “tú, ¿por qué no vienes al Coro?” y le contesté “porque vd. no me lo ha dicho”, no empecé a asistir a los ensayos que, a diario (salvo sábado y domingo) y a las 15,30 horas, comenzaban en el comedor del “Marimoli” (Colegio arriba citado) y en él permanecí unos 10 u 11 cursos. Cito esto, para dar idea del respeto personal que su figura levantaba, no por severidad sino por la bonhomía que su figura transmitía, incluso entre quienes le habíamos conocido siempre (mis padres se ennoviaron y casaron en la Coral y 6 tíos y mi hermano cantaron en élla).

Más que la historia del Coro, cuya trayectoria y logros puede seguirse en su pág. web o en libro editado por la Universidad de Valladolid, me interesa comentar la trayectoria de D. Carlos como músico y Director de coros, porque creo que el tiempo transcurrido otorga objetividad  (sin ceguera de cariño y amistad ni dolor por no acompañarle musicalmente hasta el final; en lo personal lo tuve y lo tendré siempre presente). Alguien que desde la ciudad de Valladolid llamó la atención de Odón Alonso, de Antonio Iglesias o de la familia Halffter, algo debía de tener; y por ello le encargaron con “su Coral” los estrenos nacionales de Carmina Burana, Alexander Newsky, Atlántida, In expectatione resurrectione Domini, Himno de los neófitos de Qumram, Missa Paschalis y Misa en Do.

Su formación musical se inició levemente con su padre y continuó durante unos años en el Seminario, fragua donde la Música se enseñaba muy bien; con oído extraordinario y enorme afición, se hizo práctico solfista y entonador, entró en la que después fue “su Coral” como tenor y aprendió algo de Canto con D. Julián García Blanco (Maestro de Capilla y fundador de la Coral); mediotocaba el piano suficientemente como para dar acordes, ensayar cuerdas e incluso tentar partituras completas y, cuando primeros estudios de Bachiller, Magisterio y Filosofía, se lo permitían, ampliar conocimientos con su aguda capacidad de observación.

Conocido por estos escarceos musicales, ya unido a Dña. Carmen, a quien amó tierna y completamente toda su vida y única a quien otorgó capacidad de juicio sobre su obra, le fue ofrecida la Coral tras la retirada de D. Julián; fue a seguir el trabajo que José Perera hacía con los Coros Cantores de Madrid, para aprender Técnica de ensayo  y Montaje de Obras. Con este bagaje, gran decisión y una buena estrella que le acompañó siempre, hizo una importante labor en los dos conjuntos, Coro y Coral.

Cualquier análisis histórico debe hacerse sin aplicar criterios de hoy a tiempos de ayer. Aún así, las luces y las sombras deben ser distinguidas. Entre las primeras estaría su concepción de la Música: vital, sentida, para impresionar al público; por ello gustaba del sonido brillante y básicamente forte, con transiciones bruscas al piano, con ataques y/o cortes sorpresa muy románticos, fuera o no ése el estilo de la partitura. ¿Qué necesitaba?. Grandes voces y gran nº de cantores, algunos de ellos “hábiles en música”, es decir, con buen oído y sentido de ritmo y medida para que fuesen sus conductores internos en cada cuerda y, según sus palabras, “le sujetasen el coro”. Su aludida estrella le facilitó y satisfizo el deseo: en el Coro, porque al pertenecer el distrito Norte de España a la Universidad de Valladolid, la mayor parte de los cantores eran vascos, santanderinos y algún asturiano, con lo que había “voces”, costumbre de cantar y algunos solfistas; en la Coral, el nivel musical individual era más bajo, pero había no menos de 40 voces fantásticas y, en ambos casos, ahí estaba la luz más deslumbradora de Barrasa: su capacidad para ganar adición a su figura y Criterios;  en la Coral de manera ciega y completa, en el Coro de modo más controvertido (se sabe que el mayor conocimiento del pueblo genera más problemas a quien lo rige), pero entregado al fin a quien sentía una pasión tan grande por la música coral, que notábamos y seguimos notando todos; además generaba convivencia sana, compartía, ayudaba y ejercía de protector, hasta el exceso. Otra virtud: poder cantar con cualquier cuerda (incluso de sobra), diferenciar las voces por ese oído característico y, sobre todo, intuición y buen gusto musical; esto le ayudaba para aproximar una versión correcta, a base de probar diferentes, porque  era un gran ensamblador; no le interesaban detalle ni estilo, sólo sonoridad y capacidad de emocionar al oyente.

Esto le sirvió muy bien para el repertorio sinfónico-coral, porque el trabajo fino de interpretación global, lo asumía el Director de orquesta y, tras la 1ª sorpresa negativa, con gusto, porque encontraba un grupo que sonaba, era dúctil, maleable e incansable, justo lo que no daban otros más formados pero carentes de ese espíritu que D. Carlos sabía insuflar.

La improvisación era su puente de paso de la luz a la sombra, por eso “a cappella” sus resultados cojeaban. No llevaba estudiada la partitura nueva que proponía; la iba desentrañando en los ensayos; incluso no había versión definitiva: si le había ido bien en el juego (otro de sus pasatiempos) todo era allegro, presto o bien marcado; si mal, lento y pesante; si en el propio concierto una obra le gustaba como iba y percibía atención en el público, no acababa donde el compositor previó, ordenaba ” D.C.!” con boca cerrada, dum-dum, trim-trim u otras onomatopeyas.

El programa presentado podía ser variado en el escenario, exigiendo atención al cantor; por formación y profesión real (funcionario del Cuerpo Superior de Policía donde llegó a Comisario de 1ª, siendo muy apreciado porque él era “el culto”) fue muy respetuoso con autoridades y personalidades presentes  o  con oyentes “especiales” para él como “los de Madrid”; y así intercalaba “Bring back!, que hay franceses” (era escocesa pero el texto se cantaba en francés) o “Ave Maria de Arcadelt, que está el Marqués de Lozoya”, sin mirar si encajaban allí o añadiendo encores sin parar, porque el aplauso le sentaba como bálsamo de Fierabrás.

Podía alterar una partitura porque: “en esa entrada a contratiempo parece que os equivocais”, o “ese acorde vacío resulta pobre”, o “cambiad el final a mayor, que tanto esfuerzo no puede terminar en menor, no suena”.

De profunda religiosidad, los textos tampoco se le resistían; “quitad ”besar”, decid ”pensar”; no “las chicas de Laredo”, sí “las playas de Laredo”; etc.; no interesaba traducir para conocer mejor de qué se iba, “basta con sentir la música”.

Y todo se aceptaba…, porque eran cosas de D. Carlos.

La disciplina tampoco era su fuerte. Los ensayos empezaban,no a la hora prevista, sino “cuando estemos todos”, o cuando se acabe la partida de ping-pong (Marimoli) o la de mus (Coral); rara vez corregía una cuerda o un pasaje, la solución era “con 4 que lo canten, basta” (sus soportes) o “el que no lo sepa, que no cante”; y es que sus ensayos parciales no eran precisos, le aburrían; él quería montar en seguida y los dejaba en cuanto oía que “los 4” ya lo sabían.

Despreciaba la Técnica vocal y el “calentar” antes de cantar, pero no le importaba ayudar a barrer el local; solución: empezar siempre con La sota de l’olm, fuerte y movida, que “calentaba y relajaba” y “gusta mucho”. Lo barroco y lo contemporáneo no eran muy de su gusto: “tienen mucho negro” (aludiendo a las agilidades) y buscaba ayudas para aprenderlo pero, eso sí, lo montaba él.

Nervioso total por la responsabilidad que el público le suponía, sonaba su perfecta dentadura que le duró toda la vida, dudaba a la hora de dar tono moviendo sin parar la aguja selectora de acordes de su diapasón, o pedía piano y lento agitando los brazos como un molino.

Su carácter conservador y su sentido de posesión sobre sus coros, le impidieron ver que el mundo avanzaba también en Música; que los públicos conocían más y mejor la que él mismo contribuyó a difundir en tiempos inhóspitos para élla; que el trabajo coral evolucionaba y sacaba más partido de voces no tan buenas como las que tuvo; que su desgaste físico natural quitaba eficiencia a lo que siempre había hecho. En particular, él lo reconocía, pero su entorno no le ayudó nada y seguía viviendo de los éxitos logrados; hube de dejar de cantar con él porque no veía futuro para sus coros: el Universitario, por su propia naturaleza, pudo afortunadamente salvarse; la Coral sigue sumida en crisis, más si la comparamos con lo que fue. Pero aún decayendo y sin querer alumbrar continuidad, siguió conservando esa personalidad, creo que irrepetible e inolvidable, que le hizo “primus inter pares” en su ciudad y en bastantes de España, sobre otros más preparados carentes de su atractivo, de su  poder de insuflar afición, de su testimonio de proximidad, de su impulso para el “sí, podemos”, 70 años antes. Como dijo la veterana del Coro que glosó su figura: “Estés donde estés, ¡gracias D. Carlos!”. Y ¡feliz aniversario!.

Chema Morate


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